Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Malos padres

Mucho antes del juez o los servicios sociales, basta un fracaso para que el hijo pase a ser un un bulto indeseable

En cierta ocasión le preguntaron a Samuel Beckett su opinión sobre la polémica en torno a una pareja de mujeres francesas a las que, en los años 50, se les había dado autorización para adoptar un niño. El escritor, que había tenido una relación tormentosa con su madre, respondió: "No se me ocurre qué pecado puede haber cometido alguien para merecer dos madres". Es evidente, por otra parte, que si hubieran hecho la misma pregunta a un porcentaje notable de la población respecto a los padres, la respuesta habría sido la misma. No, la cosa no va por la homofobia (no se me pongan nerviosos), sino por la evidencia de que en el mundo los malos progenitores no son una excepción, sino, me temo, todo lo contrario. Entre mis familiares y amigos cuento a varios profesores y maestros y llega a ser estremecedor el recuento de casos de niños y adolescentes que viven abandonados a su suerte, en hogares donde impera la ley del más fuerte y donde los menores sólo pueden perder, en entornos donde se les arrebata la esperanza y la autoestima y se les hace saber que no son bienvenidos. Mucho antes del maltrato, mucho antes del juez o los servicios sociales, basta un matrimonio roto o un fracaso cualquiera para que el hijo se convierta en un bulto indeseable. Es duro saber que hay padres que odian a sus hijos. Pero los hay.

Viene todo esto a cuento porque el otro día escuchaba a una tertuliana televisiva afirmar que los padres viven "con mucha preocupación" la situación de sus hijos en las aulas con la pandemia y que todos ellos desean la vuelta cuanto antes a la "normalidad". La tertuliana parecía ignorar el enorme esfuerzo emprendido por los equipos educativos para lograr lo que finalmente se ha conseguido: que los centros no se convirtieran en los infiernos de contagio que todo el mundo daba por sentado el pasado septiembre. Este esfuerzo, por supuesto, nunca será reconocido, ni por las administraciones ni por todos esos padres que se lían a pregonar sus derechos en cuanto te conocen. Y es curioso que, ahora que todo el mundo anda preocupadísimo por la educación, ahora que cada hijo de vecino sabe tela de pedagogía para poder poner a los profesores en su sitio, baste conocer un poco el día a día de colegios e institutos para comprender de una vez que lo que falla estrepitosamente en la cadena son las familias. Pero, claro, no hay nada más impopular que advertir a los padres de sus errores.

También cantaba Lou Reed, quien algo supo al respecto, que "siempre habrá malas madres / que os dirán que la vida es una mierda". Y dicen que hay que quererlas. Ay.

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