Escribo sin resquemor. De hecho, lo hago sin saber aún si la probabilidad estadística de que me toque el Gordo (ese ínfimo 0,000001%) ha querido esta vez ajetrearme la vida. Entiéndase, pues, lo que sigue como aviso de amigo y no como desquite de perdedor. Y es que, desengáñense, esas imágenes de felicidad, que con certeza habrán visto en la portada, no siempre preludian un futuro mejor. El dato nos lo ofrece el estadounidense Fondo Nacional para la Educación Financiera: el 70% de los ganadores de una lotería se gastan todo el premio en cinco años. No son infrecuentes, además, los casos de agraciados que terminan solos, arruinados o, en situaciones extremas, quitándose la vida.

El paradójico fenómeno tiene, claro, una explicación psicológica: no es fácil mantener la cordura cuando el azar repentinamente altera tu cotidianeidad. De pronto, te han transportado a otro planeta, se abren para ti horizontes para los que no estás preparado, caminos ignotos en los que te costará reconocerte, seguir siendo tú. "Cuando una persona recibe tanto dinero de golpe -explica Mireia Cabero, psicóloga y profesora de la UOC- se desequilibra porque se produce un impacto emocional muy elevado que deriva en emociones de alta intensidad de satisfacción y euforia que hacen que se sienta muy poderosa y capaz de afrontar lo que sea, y esto puede llevarla a tomar decisiones ilógicas e irracionales". Aumenta el riesgo de hacer "tonterías" y, con él, el peligro de extraviarse.

El desconocimiento, las inversiones absurdas, la propia presión familiar y social, la inadaptación a la nueva realidad y hasta la experiencia misma de comprender que ese estallido mágico no volverá, acaso acaben convirtiendo en maldito el instante en que te sonrió la fortuna. En 1978, un estudio de la Northwestern University ya demostró que, con el tiempo, estos presuntos elegidos no sólo no eran más felices que los demás, sino que, incluso, "sentían mucho menos placer con los acontecimientos mundanos", lo que, al cabo, no tiene ni pizca de gracia.

Así que nada de frustración. Si su numerito se quedó en el bombo, permanece usted confortablemente a salvo de tantos y tan graves escollos. En cambio, si el puñetero apareció, ojalá que su sensatez acierte a alargar esa enhorabuena que hoy multitudinariamente recibe. En ambos casos, sinceramente les deseo que tan poliédrica circunstancia, engañosa como pocas, les haya ocurrido para su verdadero bien.

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