EL anuncio realizado el jueves por la compañía aérea Flysur de que dejará de operar si AENA no cumple con los compromisos adquiridos es tan mala noticia para Córdoba como buena fue la de su despegue. La decisión de la aerolínea supone un duro varapalo para la ciudad, que había recuperado la ilusión por su proyección exterior gracias a la puesta en marcha de la firma y recuperaba el uso de su aeropuerto tras casi tres décadas de olvido. Y es que la decisión de Flysur -más allá de que se produce poco más de un mes después de su puesta en marcha- nos devuelve a un escenario al que nunca hubiésemos querido retornar. Bien es cierto que el contexto de crisis económica que sacude al país se está cebando con las compañías aéreas -este periódico se hacía eco hace unos días de la drástica reducción de vuelos que todas las compañías han planteado en los aeródromos andaluces- y todo parece indicar que sólo aquellos aeropuertos que tengan capacidad para conectar con la mayor cantidad de destinos serán capaces de sobrevivir.

Sin embargo, más allá de la coyuntura actual, la alternativa por la que han optado los gestores de Flysur y su justificación -el supuesto incumplimiento por parte de AENA de las obligaciones prometidas- más bien parecen ocultar otras dificultades de tipo económico que son las que realmente ponen en duda la viabilidad del proyecto. El escaso índice de ocupación de los vuelos, en torno al 25%, la dificultad de operar con un solo aparato y los elevados costes a los que se ha visto sometida la compañía suenan como motivaciones más serias y presentables que las supuestas carencias técnicas del aeropuerto cordobés. Sea como fuere, lo único cierto es que el final de las operaciones aéreas de la firma da al traste con los sueños y esperanzas de una ciudad que había visto en ella una vía para asir el futuro y obligar al Gobierno central a agilizar la reforma del aeródromo cordobés. Esperemos que la decisión de Flysur no suponga un freno a la mejora de una infraestructura que es vital para el futuro de Córdoba.