Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

¿Mala suerte?

El nivel actual de la clase política es, posiblemente, el más bajo desde que hay democracia en España

Pocos días antes de que se convocaran las elecciones autonómicas de diciembre, un importante dirigente político andaluz mantuvo una reunión privada con algunos de los principales empresarios de la región. Allí, durante varias horas, se habló en un tono distendido y sincero de la situación de Andalucía y de España. En un momento, el dirigente adoptó un tono de mayor confidencialidad. Miren ustedes, les dijo, tenemos mala suerte: nunca antes desde que hay democracia el nivel de la clase política española ha sido tan bajo. Y eso, remachó, también me incluye a mí.

He pensado mucho durante los últimos meses en esta escena. Efectivamente, nunca antes en democracia la política ha estado en manos tan inexpertas y con tan poca visión del país. El Gobierno, con un presidente que llegó al sillón de rebote y que parece no tener otra estrategia que aguantar en el poder el mayor tiempo posible. El principal partido de la oposición, olvidándose de que ha sido hasta ahora una formación transversal y envolviéndose en un discurso nacionalista extremo que lo hace alejarse del centro en el que siempre estuvo cómodo y donde ganó elecciones. Peor todavía lo tiene Ciudadanos, que llegó como una opción moderada y moderna, a la imagen del movimiento creado por Macron en Francia, y que está cayendo en todas las trampas que le pone el PP, del que puede llegar a convertirse en una segunda marca. Y mientras tanto, un partido fuera del sistema, Vox, se hace dueño del discurso y condiciona toda la política nacional, como se vio el pasado domingo en la Plaza de Colón de Madrid. A la izquierda del PSOE las peleas personalistas y la falta de proyecto han terminado con lo que supuso Podemos hace dos o tres años y ahora es un páramo ideológico que se dirige a marchas forzadas hacia la irrelevancia.

El diagnóstico que expresó el dirigente andaluz era certero. Pero fallaba en una cosa. No ha sido mala suerte. Ha sido con secuencia de una minusvaloración social de la política, estigmatizada por la opinión pública como una profesión a la que, salvo excepciones, han ido a parar arribistas con pocos escrúpulos éticos. La imagen deformada que se ha proyectado de la política, fuertemente condicionada por los casos de corrupción, ha hecho fortuna desde hace ya demasiados años. La consecuencia principal no es que la política esté ocupada por corruptos, lo cual es tan falso como demagógico. Pero sí que los más capaces y mejor preparados se han apartado de ella -echen un vistazo a los currículos de cualquier partido- y que eso se termina pagando.

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