¡Mal comienzo, don Pedro!

Ello implica la incapacidad de don Pedro a la hora de seleccionar a quienes han de asumir la responsabilidad de gobernarnos

Dizque… "el poder corrompe". Es un… decir. Y es de dominio público que utilizamos la manida expresión casi siempre para aludir a quienes se valen de las poltronas políticas para enriquecerse a costa del sudor ajeno. Son los llamados corruptos: una indeseable calamidad de efectos de muy variado linaje. Entre otros, puede ser motivo de Moción de Censura. Y hasta de que ésta prospere. Pero, a juicio de Las Tendillas, existen dos variedades de "corruptos" claramente diferenciadas. Por un lado están los de siempre, los que todos conocemos, que no son otros que los nacidos y forjados al socaire del poder. Por otro, los que -por obra y gracia de alguien- tuvieron acceso al poder teniendo ya sobradamente acreditada su condición de "corruptos". De las dos variedades señaladas, la última nos resulta mucho más preocupante que la primera. En el primer supuesto, el "corrupto" se hace a propósito del ejercicio de su actividad política. Pero, en el segundo caso, el político se inicia en esa actividad siendo ya un corrupto.

Como dejamos apuntado, esta última opción nos resulta más preocupante. Por una interminable serie de razones, que tratamos de resumir: En todo caso, adjudicar una poltrona política a un "corrupto" con responsabilidades de gobierno nos parece algo tan aberrante como poner a un zorro a cuidar gallinas.

Por otra parte, si alguien llega a ocupar las responsabilidades propias de un ministro es porque un Presidente del Gobierno le ha otorgado su confianza. Pero esta… "confianza" puede devenir -y deviene- en desconfianza generalizada de toda la ciudadanía si se da el caso de que un ministro nombrado por el Presidente se ve en la necesidad de dimitir por corrupto. Es el caso de don Pedro Sánchez: De entre todos los miembros de su recién estrenado Gabinete, uno de ellos -el ministro de Cultura y Deporte Màxim Huerta- tuvo que dimitir por su dilatado historial defraudatorio.

Obviamente, el hecho de que un ministro se vea en la necesidad de dimitir por corrupto constituye una medida de extrema gravedad y mucha preocupación. Pero el hecho de que el susodicho haya llegado al ministerio no resulta menos preocupante. Porque ello implica la incapacidad de don Pedro a la hora de seleccionar a quienes han de asumir la responsabilidad de gobernarnos. En consecuencia, tenemos que concluir un mal comienzo, el de don Pedro.

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