Hace tiempo que en España el análisis político es cortoplacista, porque cortoplacista es la política que se practica. Así que, puestos al tajo de mirar un poco el futuro, es más práctico pensar solo en el más inmediato, el que se nos viene encima. El futuro-futuro puede ser de traca.

Queda un mes menos un día para que Ayuso arrase en Madrid. Puede resultar sorprendente que una persona con la aparente conducción errática que pasea por las calles gatas vaya a ganar tan claro. Pero así son las cosas. Llamo la atención de una singularidad específica, de la que venimos, aunque parezca lejana: las apuestas del Partido Popular para la capital y la comunidad parecieron hechas en su momento por descarte. Dos personas casi desconocidas, con perfiles discretos, encabezaron las listas y, ojo, perdieron las elecciones. Ayuso perdió en la Comunidad y Martínez Almeida en el ayuntamiento. Ni el PSOE iba hacia arriba como una moto ni el PP caía a tumba abierta. Es más, se aferraban ambos a no perder el pulso que les conviene, el del bipartidismo imperfecto, que ha gobernado las pulsiones electorales de este país desde la recuperación de la democracia.

Ahora, apenas dos años después de aquella eternidad, gobiernan porque supieron tejer pactos que los auparan, uno para gobernar y otra para que no lo hicieran los otros. En la capital se augura un triunfo apabullante de Martínez Almeida, cuando toque, quedan dos más, y el adelanto electoral de Ayuso vaticina una victoria muy sólida. Son estilos distintos que avalan el resultado esperado: Martínez Almeida gobierna y gestiona con menos estridencia que Ayuso y mucha más profundidad, es listo y tiene el encanto de un carisma inopinado, el anti-carisma convertido en carisma, que conecta con su electorado; Díaz Ayuso es efervescente, imprevisible y caricaturesca, pero conecta con su electorado. Conectar, esa debe ser una clave loca.

Los partidos controlan todos los resortes de lo que se ofrece al elector. El votante tiene escasas opciones de decidir sobre personas e ideas, decide más sobre el número de diputados que dar al partido-lista que vota. Como el nivel es el que es y la política pobre de bloques que padecemos beneficia a los Ivanes, Pedros, Pablos (Casados e Iglesias) que se precien (pongan más nombres, que valen todos), los electores naturalmente inclinados a una opción votan por descarte, a quién no quieren, en lugar de por convicción, a quién escogen. Ese juego da mayorías exiguas, obliga a pactos incómodos y, para satisfacción de sus valedores, consolida el frentismo.

Cuando, por arte de magia, por casualidades de la vida, o por cualquier cruel riverada, mal calculada y peor leída por Inés, el elector se topa con un candidato o candidata con quien conecta, triunfa. En el país de los ciegos, los tuertos, y no tanto Almeida, triunfan. Primera clave de este mes corto que queda: las elecciones son para ganarlas. Y ganar porque te voten es ganar de verdad.

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