Uso libretas desde hace no sé cuánto. Al principio fueron de marca; ahora, ya no ando seducido sin remedio por la firma original y aprovecho que se pueden comprar de ese tipo, pero baratas, en cualquier papelería. Que me molan las de competición, por supuesto, pero que me valen las de sustitución, desde luego. Unas ochenta hojas de papel (liso o cuadriculado, preferiblemente; nunca rayado, manías), encuadernadas con tapas duras (si clasicón, negras; si modernete, coloridas), dan para mucho.

Debo tener varias decenas, próximas a la centena, escritas y conservadas. A saber: primero, para el trabajo. Anoto tanto proyectos de futuro como circunstancias de presente; pocas veces, repaso de pasado. Las distingo y las numero. Últimamente, suelo mantener unas tres al mismo tiempo. Escapo de mi costumbre de utilizar el tamaño octavilla y caigo en la cuartilla, menos práctica para el transporte. La general es de las normales y cabe en el bolsillo de la chaqueta; las singulares, para rollos recurrentes concretos, difíciles y aburridos, cuartilla y de colores.

Dos, para el estudio: mucho más sistematizadas, me sirven para recoger ideas iniciales que después desarrollo, anotar citas con comentarios que aspiran a ser algún día aparato crítico, recoger los apuntes de las clases o de las conferencias a las que asisto y esquematizar los contenidos de las que doy. Esta sección, también numerada, como todas, ya vive en el maravilloso mundo del placer, porque, como es sabido (y, si no, que se sepa), lo del estudio y la divulgación, aunque cuesta, no me pesa, me apasiona. Confieso que reservo para estas notas el uso de las pocas originales (de marca, del taco) que aún, a veces, me regalo o me regalan.

Y tres, por orden de aparición, que no de importancia: viajes. En mis rincones de trabajo conservo apilados montones de libretas numeradas con las notas de los sitios que visito. En sus primeras páginas, apunto los lugares y las fechas - cuando ya están rellenas- para revisitarlas. Su redacción tiene liturgia propia: mientras viajo, escribo en horizontal, en cualquier momento, brevísimas referencias del periplo; al día siguiente del que haya pasado, muy temprano, saco, con mi memoria reciente y el apoyo de esos fogonazos, el relato de lo vivido el anterior.

Me reuní con una persona hace días que anotaba las cosas en Moleskines, bueno, del tipo. A punto estuve yo de sacar la mía de ese momento (del curro, general, azul, de publicidad de algo, número 11), pero me retuve. Preferí observar y escuché. Me puso tareas (localízate un poco) y me compartió su norte (esto tiene que servir para algo). Y yo, no sé por qué, cuando la vi anotando en su libreta, pensé que, si apunta, es interesante, porque anotar no es solo recordar, es conocerse y guardarse un poco. Temerse quizá. Darse espera. Reposarse. Y me gustó. El norte se lo compro; lo de la ciudad, ya veremos si consigo soportarla. Por lo pronto, éste, es de esos raros.

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