Ana María, Elena y Carmen. Tres asesinatos, tres, en 48 horas. Las matan porque pueden, porque son suyas, por odio, por que sí. No, no somos iguales, ni en salarios, ni en capacidad de promoción profesional, ni en reparto de cargas domésticas, ni en la responsabilidad de la crianza, ni en la presencia en centros de poder, ni en representación política, ni en presencia en los libros de historia, ni en reconocimiento científico, , ni en el papel que jugamos en la publicidad. Ser un hombre fuerte y ambicioso sigue siendo un valor a potenciar ser una mujer fuerte y ambiciosa te convierte en una bruja sin escrúpulos. Cuando una mujer pide una subida de sueldo se le pregunta si quiere comprarse más vestidos. El hombre que manda y dirige y la mujer mandona. Así continuamos. Mientras, seguimos escuchando frases como "era un chico normal, amable, daba los buenos días…" minutos después de haber asesinado a machetazos, a golpes o con un disparo a su pareja. Indudablemente, un país que soporta tres asesinatos en 48 horas a manos del machismo es un país enfermo, muy enfermo.

Pero si además no somos conscientes de que el chiste maleducado, la cosificación de la mujer, la anulación de los saberes y las bromas de barra de bar sobre la compañera de trabajo son el primer paso para justificar, amparar y casi proteger al agresor, estamos perpetuando la barbarie. El artículo I de la ley La Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género fue toda una declaración de intenciones: "La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado". Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión. Necesitamos hombres que crean en las mujeres. Necesitamos hombres que crean que atacar a una mujer es atacarles a ellos. Hace falta que los medios, los poderosos, se atrevan a hacerlo y asumir su responsabilidad.

El hombre maltratador no nace, se hace. Sus golpes en la mesa, sus insultos, sus desprecios, sus palizas y sus asesinatos no vienen codificados en los genes. Tampoco dependen de su etnia, ni del nivel intelectual, ni de la posición económica, ni de sus adicciones. El hombre maltratador tiene al miedo como aliado y al sexismo como cómplice. Así de sencillo. Así de complejo.

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