Yo no había nacido en 1969. De hecho, no he disfrutado en mis tiempos hazañas espaciales tan históricas como la llegada del ser humano a la Luna. El recuerdo que guardo del espacio de forma personal es saber que la NASA mandaba al espacio los transbordadores, primero creo que el Columbia y luego el Discovery, y tengo en la cabeza el accidente aquél tan grande, cuando una de esas misiones explotó en el aire al poco del lanzamiento. De la Luna, fotos de máquinas muy perfeccionadas y reportajes de cómo fue la llegada.

Esta semana pasada he podido volver a leer un poco sobre las misiones Apolo que se fueron acercando cada vez más a la Luna hasta pisarla, con el XI, y unas cuantas veces más en los años posteriores hasta que recortaron el programa y finalmente lo abandonaron. Aunque casi todo el mundo conoce a Neil Armstrong, que fue el primer hombre que lo logró, el comandante del Apolo XI, y bastantes saben algo de Lovell, uno de los héroes del Apolo XIII, aquél del legendario, porque no ocurrió así en realidad, "Houston, tenemos un problema", el "glorioso fracaso", pocos tienen presente que la hazaña más grande de la humanidad se repitió cinco veces más y han sido doce las personas que llegaron a la Luna y anduvieron unos pasos en ella en las misiones que siguieron al primer Apolo que lo logró. Los nombres que acompañan en la Historia a Armstrong son Aldrin, en la misma ocasión, Conrad y Bean, Sheppard y Mitchell, Scott e Irving, Young y Duke, y -por último- Cernan y Schmitt. Tras ese último alunizaje en 1972, ninguno más.

Tuvieron que ser años de locura. El descubrimiento consciente de las posibilidades reales del ser humano de encontrarse, aunque por un momento, pisando un suelo distinto del planeta es de una relevancia excepcional. Cuando Colón llegó a América no lo supo; cuando el hombre alcanzó la Luna, sí. En la historia del mundo, salirse del mundo, es el paso trascendental. No se me escapa que la carrera espacial tenía un fuerte componente ideológico, anclado en la competencia directa de la guerra fría, y que la promesa lograda de la nueva frontera que Kennedy impulsó, pero que no vio conseguir, hizo que el mundo perdiera interés por la Luna, ganada la batalla a la Unión Soviética. Cincuenta años después, vivimos con el recuerdo de haber llegado, pero parece que sin la ambición de volver. Marte es el nuevo reto, pero ni la inversión ni la urgencia caracterizan esa posibilidad que, por cierto, pasa también por regresar a la Luna.

Ojalá pueda verlo porque cuando el mundo afronta retos casi imposibles, la Humanidad merece mejor su nombre. Las miserias que reparten nuestros pobres liderazgos se eclipsarían si lo lográsemos de nuevo. Por eso, recordando lo que llegamos a ser entonces y lo que somos ahora, es mucho más interesante estar en la Luna.

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