Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Luis Reguera Arenas, in memoriam

Últimamente mueren los mejores, es una realidad. Hace apenas dos semanas fue Juan Manuel González, el poeta novelista autor de, como mínimo, una gran novela de plasticidad y de atmósfera, Fuego sobre las olas, que como Mare nostrum, de Vicente Blasco Ibáñez, abordaba la Gran Guerra en su tensión oceánica, de mar acribillado por metralla fundida por los fondos abisales. Juan Manuel González, con su poesía epilírica definida así por Cela, tenía una cabellera romántica y corpórea, tanto como el humo medular que salía de su pipa en el Gijón. Juan Manuel González, periodista de Efe, era un escritor literario y tenía en la mirada el ser de lejanías que también escribió Umbral.

Ahora, en Córdoba, acaba de morir Luis Reguera Arenas, al que hace solamente un par de meses ya dedicamos una columna titulada con su nombre a propósito del libro Tres horas de relato y medio, publicado por la Diputación Provincial de Córdoba con la motivación y el impulso ético y activo de Salvador Alba Gaitán y su Senada. Cuando recibí el libro, un híbrido de prosa y de poesía como testamento vital, una decantación hacia lo íntimo enraizado en la biografía azarosa, pleno de musicalidad y hondura, no caí en la cuenta de que Luis Reguera Arenas y yo ya nos habíamos conocido: fue en 2001, durante un congreso de poesía en Puente Genil organizado por Antonio Rodríguez Jiménez, cuando un hombre estiloso, con un sombrero de fieltro y un toque de Bogart veraniego se nos acercó a José Luis Rey y a mí para hablarnos de poesía. Fue un encuentro fugaz, pero labrado, y por eso al recibir su libro y ver su fotografía lo enmarqué en la memoria instantánea. Luis Reguera Arenas, como el Barnaby Conrad biografiado por Gutiérrez Solís, como Pepín Bello o Perico Beltrán, al que conociera Juanma González también en el Gijón, era un personaje de aventura: torero y cantante, corresponsal de Radio París y de la BBC de Londres desde su residencia en La Carlota para toda la provincia de Córdoba y para Andalucía occidental, fue el primero en leer para Radio París un poema sobre Picasso el día de su muerte.

Hace también dos meses, cuando Alfredo Asensi y yo compartimos una de las experiencias más disparatadas de toda nuestra vida en la Feria del Libro de Córdoba, con una lluvia torrencial y un riesgo cierto de electrocución, allí estaba Luis Reguera Arenas, bajo la lluvia, a sus ochenta y pico años, con su elegante sobrero y la mirada pícara, como de galán viejo y casi niño. Su poética: "Un presente que es savia virgen de la que se alimenta el amor". Poco después me escribió un hermoso poema que guardo, en uno de los cajones de mi mesa, como uno de los mayores regalos de mi profesión de escritor.

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