POR San Andrés, que también es un barrio señor, de los de toda la vida, es fácil encontrarse con Manuel, un hombre muy moreno y canijo, más alto que yo dos palmos por lo menos, y que siempre va con unas gafas de sol muy negras que le cubren media cara. Tiene una cara de cordobés que te echa para atrás, de los de antes, y siempre está muy serio, muy suyo, como pensando en sus cosas.

Mi amigo Cayetano me ha contado que este hombre, que se llama Manuel Lozano, hace ya años, fue torero, de los buenos, y que hasta abrió algunas puertas grandes, que llegó a ser conocido y que se recorrió España varias veces. Se anunciaba en los carteles como Lozanito, y, por lo visto, como novillero era una cosa fina, que allí por donde pasaba montaba el taco, que era un figurín y parecía que estaba bailando delante del toro. Por lo visto tenía una mano izquierda de locura, muy lenta y desmayada, como un abanico, que eso lo tienen muy pocos toreros. Eso se lo ha contado a Cayetano su tío Francisco, que ya está a punto de cumplir los noventa pero que tiene la cabeza muy entera, como la de un chaval, y a saber de toros no hay quien le gane, que yo no he visto en mi vida una cosa parecida. Francisco ha visto toreando a todos los califas, o a casi todos, ha tomado café con Manolete y se ha ido de juerga con El Cordobés, aunque tampoco eso es tan difícil, me parece a mí. Que bueno, que sabe mucho y bien, y que cuando él dice que Lozanito tenía buenas maneras es porque le pegaba bien, que yo de este hombre me fío.

Según cuenta, poco después de tomar la alternativa, en un pueblo de Zamora, Lozanito tuvo una cogida de las gordas, que por lo visto le tuvieron que coser la barriga de arriba a abajo, que hasta creyeron que se iba para el otro barrio. Según Francisco, estaba toreando bien, que ya había armado el taco en los tendidos, pero el toro, que era un mal bicho, se le coló en un natural y lo trincó. Tardó Lozanito un mes o más en recuperarse, y cuando lo hizo ya no fue el mismo, que cada vez que se ponía delante del toro se le notaba desconfiado y siempre dando un pasito para atrás. Se acordaba de lo que le pasaba y ya no intentaba nada, sólo matar el toro y acabar cuanto antes. Es normal que se acordara el hombre, que si eso le pasa a un delantero, que deja de ver el gol, imagínense a un torero, que acaba en el hospital o en el cementerio. En fin, que cada vez que lo veo ahora dando sus paseítos por San Andrés me da rabia que nadie lo conozca. A lo mejor él no piensa lo mismo que yo, que con seguir vivo y poder contarlo le basta. Que no es poco.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios