Que Pablo Iglesias e Irene Montero hayan buscado una casa de acuerdo con sus gustos, hayan analizado sus posibilidades económicas y hayan comprado la que más les ha gustado es una noticia magnífica. Expresa por parte de ambos próceres una confianza total en la economía española y en la fortaleza del sector inmobiliario, revela que han entendido los rudimentos básicos de la economía de mercado y el sistema de fijación de precios de la cosas, prueba de modo inequívoco que por fin han aceptado que el sector bancario y el crédito son elementos esenciales para el desarrollo de las personas y las empresas y, además, supone una elegante ponderación de la calidad del sistema educativo público madrileño, gestionado por el tantas veces denostado Partido Popular, al sugerir que en la elección ha pesado la cercanía de ciertos colegios de sobresaliente calidad en los que pretenden escolarizar a sus mellizos. Criticarles por comprar una casa más de seiscientos mil euros -más de cien millones de pesetas- teniendo el dinero para ello es injusto.

Algunos, con evidente mala intención, han criticado el hecho de que contraiga una deuda de tal envergadura una pareja con un historial laboral poco estable y un futuro incierto y sometido al vaivén de los caprichos de los votantes. Injusto también. Si Zapatero se gana bien la vida, Iglesias y Montero -más malos, pero más listos que aquel-, tienen un futuro halagüeño como conferenciantes en ayuntamientos podemitas, miembros de comisiones que investiguen titularidades varias, lobbystas chavistas o, también, observadores internacionales en elecciones trucadas en países comunistas. Eso si no consiguen, como todo apunta que pretenden, seguir como diputados mientras dure la hipoteca. Nada debe temer la Caja de Ingenieros que ha soltado el parné.

También con evidente mala fe se les ha censurado, incluso por miembros de su partido, la hipocresía de un discurso público contrario a su práctica privada, que hayan criticado a otros lo que ahora hacen ellos o que sea incompatible mantener un discurso contra la casta desde la casta. Injusto, sin duda, que los críticos no sean capaces de comprender que los constantes desvelos de la joven pareja por los españoles merece una vivienda parecida a las dachas de sus admirados inspiradores ideológicos; demuestran una alarmante falta de cultura bolchevique y de mundología: tres días en Venezuela y comprobarán cómo viven los que mandan y cómo los que obedecen.

Viéndoles defenderse -torpemente ella, cobardemente él-, me resulta inevitable recordar el texto de la pintada vista en Buenos Aires y glosada por Eduardo Galeano, que tanto les ha gustado aplicar a los demás: "Nos mean y dice que llueve".

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