El acento

Juan Carlos López Eisman

Llegan más organizadores

LA verdad es que el momento más apropiado es este en que se cambia la hora. El reproche de "si ya estamos diciendo que esto no puede seguir así" ("¡cómo les gusta vagabundear", dice el profeta), se nos cae sobre la cabeza, como si fuera un mantra. Es lo que dicen quienes se han atribuido a sí mismos, sin que nadie se lo haya pedido, el afán de organizar y reordenar nuestra vida. Ya se sabe, recordaba Fernando Savater, que a los poderes públicos lo que le interesaba en el Antiguo Régimen era la salud de nuestra alma mientras que ahora, sobre todo desde la Ilustración, es el cuerpo el objeto de desazón. Pues hay una tercera posición ideológica que está preocupada por la ordenación general del reino y, en consecuencia, de cada uno de nosotros. ¿Qué hay que salvar? Que si hay que cambiar nuestros horarios, que cómo es que comemos a las 3 y cenamos después de las 22, que en Europa hay otros hábitos… ¿A qué vienen esas comparaciones? ¿Acaso nuestro país es el último en la escala de esperanza de vida? ¿Y los índices de felicidad?

Pero ¡qué gana tiene la gente de meterse en nuestras intimidades! No ya en la cama, (que tantos candidatos con el carné de profesionales vienen durante siglos intentándolo y veces hasta lo consiguen) sino en nuestra comida, nuestra siesta, nuestro ocio y demás parcelas personales y familiares. Demasiada discusión hay detrás de cuáles deban ser los límites infranqueables de nuestra vida privada para que vengan otros, autoproclamados defensores de no se sabe muy bien en qué valores se fundamentan y qué credenciales les acreditan. Ahí es nada cambiar las costumbres.

Parece razonable que tal vez pudiera discutirse si nuestro país debería acomodarse al huso horario universal. Pero otra cosa ya es discutible, salvo que se trate de seguir la Regla de san Benito, especialmente la V. Y, además, todo es un inmenso sofisma. Lo que hay es una sensata desorganización en la que cada uno hace lo que quiere y lo que puede. Lo primero para salvar a la gente de sus pecados es conocer si los cometen. No existiendo las brujas, ¿cuántas fueron condenadas? ¿Cómo es eso de que no se puede cenar a las 10?, ¿cuánta gente lo hace en su casa? Pero si lo desea ¿por qué no puede hacerlo?, ¿también se va a prohibir, por ejemplo, pasar por la taberna a tomarse una cerveza? Si hasta los monjes, en verano, tienen un descanso más largo después de la hora sexta, la siesta.

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