El pistoletazo de salida de las elecciones autonómicas pone a funcionar toda la maquinaria de los partidos, como es lógico. Hay quien quiere mantenerse y otros cambiar, como es normal también. Uno suele estar informado de las personas que forman las listas electorales con el objetivo de alcanzar el honor de representarnos. Es verdad que ahora lo sigo mucho menos que antes, no sé si por fortuna o por desgracia, pero con el paso del tiempo la perspectiva que tengo de la conformación de la listas electorales es muy diferente al que tenía.

Vaya por delante una declaración de principios: creo en el sistema parlamentario. Valoro la función de los partidos como mecanismo de participación política, así, con carácter general. Pero mi percepción sobre las virtudes del parlamentarismo no me impiden detectar serias deficiencias en el sistema. Una de ellas, muy importante, es la elección obligatoria de la plancha que ofrecen los partidos en sus listas propuestas para la votación. Lo he expresado alguna vez anterior: el sistema de listas cerradas y bloqueadas impide que elijamos a nuestros diputados y, desde luego, no estamos votando al presidente o a la presidenta, justo porque no es un sistema presidencialista. Lo que podemos determinar con este sistema cerrado y bloqueado es el número de diputados que otorgamos por circunscripción a un partido. De los escaños otorgados en el Parlamento andaluz a cada provincia, al votar a una lista de las propuestas, determinamos cuántos le tocan a esa lista concreta en relación con el voto del resto de los electores. Y punto. No decimos qué diputado de un partido queremos, por sus virtudes personales, compromiso ideológico, capacidad de persuasión, habilidades de gestión o cualquier otro elemento que lo configurase como una buena opción para nuestros legítimos intereses y el bienestar colectivo. Solo sumamos nuestro voto a todos los demás votos que definirán cuántos diputados de esa formación salen por nuestra provincia. Votamos a un partido.

Es el sistema el que potencia esta figura. La decisión por la que las personas que componen una lista (cerrada) con el orden preciso que ocupan en la misma (bloqueada) es democrática porque se adopta en una organización democrática, pero hay una sobre-actuación que expone justo lo contrario. Es mucho más difícil ser candidato en un partido grande que ser elegido en las elecciones: lamentablemente, la verdadera batalla del candidato no reside en convencer a su electorado, que debería ser la esencial, sino en gozar del favor del poder partidario interno para estar en la plancha en puestos de salida. ¿Y si los diputados, libremente elegidos, nos debieran el puesto a nosotros en lugar de a sus señoritos?

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