Amigo votante de mis entretelas: te escribo hoy con cierta perplejidad y un poco de enfado. Nada nuevo, porque suelen aparecer con cada previa de las elecciones, pero no termino de acostumbrarme. Verás, mira lo que se monta, cuando tocan, con las listas que nos proponen los partidos para votar. Por fortuna para ellos, pasa casi desapercibido. Lo que planea sobre mi perplejidad y mi enfado es la contradicción aparente entre lo que nos pedirán hasta la saciedad, que hagamos un ejercicio democrático de elección en su favor entre las distintas opciones, y el escaso respeto de los mismos actores, los partidos, a su imagen pública: sus procesos internos de designación de candidatos los retratan como maquinarias de poder entre facciones y dejan una duda en el aire: ¿cómo darán lo que no tienen?

Me habrás oído decir en tu interior más de una vez que el asunto de las listas electorales que tenemos (cerradas, bloqueadas y rancias) tendería a arreglarse si nos reconocieran como mayores de edad definitivos y pudiésemos elegir lo que nos diera la gana, sin necesidad de respetar ni la adscripción, ni el orden, ni el relleno de las planchas propuestas. Y eso, sin entrar a valorar una saludable modificación en el modo de elección que posibilitara escoger a nuestros representantes concretos a través de un sistema mayoritario en distritos más pequeños. Pero tenemos esto. Vale; pues aun así sería conveniente un poco de decoro en la fabricación de ofertas.

Les duele la boca de repetir que son transparentes y democráticos. La realidad es que la apariencia de lo uno y lo otro, con excepciones arriesgadas, funciona como un arma arrojadiza entre los tirios y los troyanos que conviven, mal, en sus organizaciones. Fíjate en el partido del gobierno, por ejemplo, que los está eligiendo ya: Sánchez coloca a los ministros, cosa lógica porque lo son y en algún sitio tienen que ir, pero las direcciones pasan de nominarlos. No salen del todo, pero los ponen y después sitúan a algunos de los que sí se nombran por la sufrida afición (otros, en cambio, no, sin razón que lo explique) para entrar en un cambalache final, negociación y consenso lo llaman, que marca caninamente los territorios de unos y otros. Todo para dejar una percepción, posiblemente inexacta pero muy persistente, de llevar viendo lo mismo de lo mismo una pila de años. Cambiados de sitio, pero con los mismos nombres.

En un momento como éste, querido mío, nos hace falta mucha más solvencia. El escaso hueco que queda para gobernarnos está ya bastante caro por la concurrencia peligrosa de los extremos a los que dieron vuelo quienes pelean los sillones. Y, mientras, así, entre cordones sanitarios y pinzas para la nariz, no daremos abasto. Pero tú sigue bien, a pesar de todos nosotros.

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