Lina

Lina se ha ido con el sigilo con el que vivió. La estridencia ha pasado de largo por su vida

Se nos ha ido Lina. Era inevitable que la vida le abriese su paso al cielo mientras cosía porque amaba tanto la aguja, los alfileres y las tijeras que siguió creando obras de arte hasta casi su último día. La última creación es un pañuelo de fina lana, al tacto de un cachemir, de fondo blanco con un caprichoso estampado de pequeñas flores de colores ocres con pinceladas en pardo. Quiso hacerse a juego, para su nueva blusa, uno de sus acostumbrados pañuelos con los que se sentía protegida. Como nadie más se los ponía, en aquella época, para adornar con ellos su cabello y siempre, ahora, abarcando su cuello. Ese pañuelo ha quedado huérfano de sus dedos reposando en el brazo del sofá en el que cada día se sentaba mientras disfrutaba bajo el haz de luz del sol que desde la mañana entraba por el ventanal de su casa. En la memoria, ella permanecerá sentada en ese sofá, con su pelo rubio recogido con el elegante moño que ordenaba su excelsa imagen. Lina se ha ido con el sigilo con el que vivió. La estridencia ha pasado de largo ante su vida, por su taller y sus obras. En sus recuerdos guardaba con sublime discreción que una formidable falda roja de cuadros escoceses con remate de volantes fue portada de Vogue en los años setenta. El éxito de conquistar semejante portada, que se traduce en un reconcomiendo mundial ha pasado desapercibido. John Galiano se presentó sin anunciar su llegada un lunes de Feria para conocerla, estar en su taller y llevarla después a tomar un aperitivo, ambos de la mano, por la calle Lineros hasta las Siete Revueltas. Dior hizo una exposición en París inspirada en ella y así, con su nombre, la firmó. Joaquín Cortés se plantó en medio de su probador donde ella le hizo la famosa falda negra con la que el artista bailaba por el mundo con el torso desnudo. Esa falda negra se le adjudicó erróneamente a un famoso diseñador, pero ella jamás reclamó su autoría. La discreción era de tal magnitud que no existe fotografía con Grace Kelly o tantas otras personalidades. En ese salón, con el sofá vacío, aún se ve un pequeño cuadro donde hay enmarcado un billete de cinco pesetas. Es el que Francisco sacó del bolsillo del pantalón el día de su boda y con el que emprendieron su brillante camino. No quería que sus hijos llorasen cuando se fuera a hacer volantes a las nubes del cielo. Pero es inevitable que le lloremos. Andalucía queda huérfana de una de las grandes artistas del mundo para quienes su auténtica Medalla eran sus seis hijos. Esa deuda está pendiente por resolver ya que nos enseñó a rematar las obras bien construidas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios