Doy por cierto un principio básico: sin libertad de prensa, sin una información honesta, veraz y accesible para los ciudadanos, no hay democracia. La conformación de la voluntad mayoritaria tiene como presupuesto indispensable el estricto respeto de tales logros. El recordatorio, hoy y aquí, pudiera parecer anacrónico. Pero no lo es: en esta sociedad nuestra hiperinformada, la libertad de prensa está más amenazada que nunca. Y no sólo por el auge de las redes sociales, ese inmenso patio de vecinos en el que circulan con igual crédito verdades, seudoverdades y posverdades, sino, sobre todo, porque cada vez son más sofisticadas las fórmulas para aniquilarla.

Al menos en el primer mundo, ya no hace falta recurrir a salvajadas: la extorsión, el asesinato de periodistas, el cierre de medios o la imposición de monopolios estatales han sido exitosamente superados por métodos mucho más sutiles y eficaces. El hecho mismo de que cualquier proyecto informativo requiera del favor político para sobrevivir constituye la mejor prueba de esa silenciosa y progresiva degeneración: la concesión de licencias, las presiones posteriores para insertar al neonato en un grupo empresarial afín al poder, la zanahoria domesticadora de una publicidad institucional caprichosamente repartida, convierten en innecesarias aquellas zafias iniquidades.

Al tiempo, la confluencia de intereses ideológicos y económicos de determinados medios y de determinada clase gobernante desemboca en una información selectiva, empobrecedora de la opinión pública, en la que la mentira, el subrayar u omitir lo que convenga y el periodismo de trinchera han eliminado casi por completo la oportunidad de aproximarnos a la verdadera realidad. En esas condiciones, no es de extrañar que incluso las tornas cambien y surjan macrogrupos de comunicación que sientan a su alcance (el caso de Podemos es paradigmático) el imperio de remodelar a su antojo y beneficio el panorama político.

Es, quizá, el último y más grave riesgo: que el país baile al son de cuatro cabeceras endiosadas, capaces de modificar sus equilibrios, de manejar como títeres a sus teóricos representantes y de determinar el signo y el color de su futuro.

Debemos reaccionar, y rápido. Sin una prensa crítica, plural, libre y consciente de su cabal función no podremos preservar el tesoro de nuestros derechos. Ése que caudillos y magnates, con tanto talento como maldad, maquinan arrebatarnos.

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