Lapsus freudiano

Quizá Freud nos pudiese explicar mejor algunas cuestiones de la sentencia que Ulpiano o Kelsen

El relato que se impone entre los defensores de la sentencia es también muy imaginativo. Debe de ser contagioso. Sí reconocen que ese episodio o capítulo de la "ensoñación" es una extravagante fantasía. ¿Cómo es posible interpretar las intenciones de los acusados en sentido diametralmente contrario a sus declaraciones, sus acciones, sus discursos y a todo lo que todos vimos, empezando por el Rey? ¿Qué es eso de que los jueces saben que los presuntos golpistas sabían en el fondo que era imposible y que sólo querían ejercer su derecho a presionar? El Supremo ha creado la atenuante del troleo. ¿Un evasor de impuestos podrá alegar que era un activista político a favor de la rebaja fiscal?

Los defensores de la sentencia añaden, sin embargo, que se está dando demasiada importancia al argumento de la ensoñación, porque es innecesario para llegar a la condena por sedición. Para eso, a los jueces bastaba con la violencia no finalista y tal. Naturalmente, un argumento que no se cree nadie, ni los acérrimos partidarios, siempre sobra. Aceptemos, además, que no hacía tampoco falta para esta sentencia. Pero entonces, ¿por qué lo pusieron?

No estamos hablando de estudiantes de Derecho que tienen que rellenar folios en un caso práctico. Son los jueces del Supremo, la élite, Dios mío, de nuestro sistema jurídico. ¿Se les ha escapado un argumento bobo en la sentencia de su vida? Más que Kelsen, esto lo tendría que explicar Freud. Quizá ha sido un lapsus que demuestra que muy convencidos de verdad no estaban de que bastase con la violencia intermitente o Guadiana para descartar la rebelión. Necesitaban añadir más.

O si recurrir al subconsciente les parece demasiado psicoanalista, quedémonos en el sentido común. Estos excesos de inventiva ocurren cuando uno empieza a hacer literatura y va en alas de la musa de la fabulación y se embala. Como estaban, sugieren los fiscales, haciendo albañilería jurídica, se crecieron con la mampostería. Como saben los novelistas, crear cuesta trabajo, pero dejar de crear, una vez metidos en harina, cuesta todavía más.

El misterio de esa ensoñación nacionalista y atenuante soñada en las tardes del Supremo puede que no sea una clave jurídica de la sentencia. Lo concedo. Pero es su clave intelectual, política y psicológica. Quien desentrañe cómo surgió esa idea y cómo pasó las cribas del propio tribunal habrá dado con el secreto motor de la sentencia.

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