Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Lakers vs. Celtics

EL sueño de Gasol se ralentiza, puede que hasta sea menos sueño, que se haya entrecortado, que se obceque en una laxitud de tierra verde. Los Angeles Lakers van perdiendo la serie final contra los Celtics. Lo que se vive aquí no es únicamente la primera serie final de la NBA en la que participa un español, y además de manera decisiva, sino que aúna incluso dos conceptos, dos identidades, dos carismas. No hay dos franquicias en la NBA tan carismáticas como Los Ángeles Lakers y los Celtics de Boston. Chicago fue una élite en su día, cuando se decidió a forjar un gran equipo en torno a Michael Jordan, que era la aristocracia de la liga, que era la cualidad del atletismo convertido en pintura visual. Fue Magic Johnson quien dijo que, hasta la llegada de Jordan, sólo había visto en el aire ciertos malabarismos plásticos de asombro, milagrosos quizá, en la elegancia visual de James Worthy, las otras gafas de plástico en los Lakers. Luego, con Michael Jordan, todo cambió, porque él alcanzó la perfección.

Sin embargo, por muy duros que fueran los duelos de los Bulls de Chicago con Detroit, por mucho que el talentoso Isiah Thomas se encargara de calentarle a Jordan los brazos a golpes, por muchos rebotes que capturara Dennis Rodman y por muchos triples que clavara el pívot Billy Laimbeer, y por muchas zancadas que enlazaran Pippen y el propio Jordan, lo cierto es que ninguna final de la NBA ha contado con la magia y el misterio, con la fogosidad interior, de las protagonizadas por los Lakers y los Celtics.

Los Lakers son Los Ángeles, y por tanto también Hollywood, el reflejo de Marilyn, el sillón preferente de Jack Nicholson y las fabulosas Laker's girls. Los Lakers o el oeste, los Lakers o el caudal de Sunset Boulevard, la sombra entristecida de Clark Gable perdiendo para siempre a Carole Lombard. Los Celtics, desde Boston, son el este. Robert Urich, que murió hace seis años, interpretó en los ochenta a Spencer, detective privado, un héroe urbano que sustituyó, en nuestro nimbo televisivo, al bueno de Mike Hammer, poco después de que el adusto Stacy Keach perdiera su combate contra la cocaína. Spencer era seguidor de los Celtics: allí acudía, como se veía en los episodios, a animar al dandy Larry Bird, al juvenil Danny Ainge y al robusto Robert Parish, con su rictus de tótem nubio y ancestral. Los Celtics son Irlanda del mismo modo que los Lakers son Los Ángeles, los Celtics con verdes como los prados de Joseph King o los poemas de Yeats y los Lakers son el torbellino de Douglas Fairbanks Jr. o las últimas fiestas de Charlot. En esto anda Gasol, en esta lucha. Ahora es el momento de emerger y ser también él sueño de sí mismo.

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