Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Kondo y Dios

Fue Indalecio Prieto quien, preguntado tras asistir a un ritual masónico, respondió: "Para esto, prefiero una misa"

Le da a Marie Kondo por decir que en ninguna casa debería haber más de treinta libros y de repente parece que España es un país de bibliófilos empedernidos e irritados: he aquí el poder de la televisión en streaming y de las redes sociales para hacer parecer lo que no es. Me asomo al fenómeno y es que, puñeta, la presunta, con esa combinación de disciplina samurái y angelical inocencia, resulta más convincente que La Pasionaria. Pero yo, que acumulo libros desde niño y tengo mi biblioteca repartida en varios sitios gracias a la generosidad de mi familia política, le doy la razón. Estoy con Fray de Luis de León cuando decía que los libros deben ser como los amigos: pocos y buenos. Con Shakespeare, Cervantes, Montaigne, la Biblia y un buen diccionario, va uno que chuta. Leo además que Kondo matizó en una entrevista que cada uno es, claro, libre de guardar los libros que le vengan en gana, pero que en todo caso debería preguntarse para qué los quiere. Y que no se trata de prender fuego a los sobrantes, que siempre se pueden donar. Y, bueno, un servidor ha donado no pocos ejemplares a bibliotecas públicas y ha experimentando el raro placer que tal desprendimiento produce, así que no lo considero para nada descabellado. Ya sé que incurro en contradicción, pero suscribo que lo que cabe en una baldita basta para ser feliz.

No, el motivo por el que más me dejó pensando Marie Kondo cuando vi su programa no fue esa invitación a la frugalidad, sino su querencia, tan new age y feng shui, a encontrar signos espirituales en las cosas que nos rodean y que utilizamos. Recomienda Kondo, por ejemplo, que, antes de deshacernos de la ropa que no vamos a volver a ponernos, le demos las gracias. Tal cual: gracias querida camiseta por haberme sido útil este temporada. Y compruebo, con mi invariable aliño grisazulado (una vez me puse una camisa estampada y estuvieron a punto de no dejarme entrar en la redacción), que tal percepción causa furor. Que lo de hablarle al pijama o a los calcetines sirve de consuelo a más de cuatro, como si los vaqueros por los que pagamos un ojo de la cara y que probablemente han sido manufacturados y planchados en condiciones de esclavitud fueran merecedores de tales respetos. Mientras, la más leve intuición de trascendencia o la creencia en un Dios insondable se consideran signos del atraso más supersticioso y patriarcal. O tempora, o mores.

Fue Indalecio Prieto quien, preguntado tras asistir a un ritual masónico, respondió: "Mire usted: para esto, prefiero una misa". Pero como Kondo siga mirándome así, diantre, le rezo una novena a mis abanderados.

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