Justicia poética

Si dejamos que el gallo cante tres veces, ¿no estamos negando de algún modo al Señor que nos envía la luz?

Siendo licenciado en Derecho y empeñado en Poesía, comprenderán ustedes que me embargue el entusiasmo cada vez que asisto al espectáculo de la Justicia Poética en acción. Aunque a menudo ella falle en mi contra. A la Justicia Poética se lo perdono todo, incluso una sentencia condenatoria. ¿Un caso? Véase.

Durante el curso, soy yo el que levanta a mis hijos antes de que amanezca. Lo hago con aires marciales, a voz en grito, cantando (si a lo que hago se le puede llamar cantar) el "Quinto levanta/ tira de la manta". Acto seguido, rezamos juntos y a todo lo que da la bellísima "Plegaria del amanecer", tradicional de la Armada Española, que entonaban cada día en las tres carabelas de Colón y fue, por tanto, la primera oración del Nuevo Mundo. Reza (nunca mejor dicho) así: "Bendita sea la luz/ y la Santa Vera Cruz/[…] / Bendita sea el alba/ y el Señor que nos la manda./ Bendito sea el día/ y la Virgen María". No acaba ahí el follón mañanero, sino que les insto, como un sargento interpretado por Clint Eastwood, a desayunar más rápido, a vestirse mejor, a preparar de una vez sus mochilas y a peinarse con esmero. Eso cada mañana, cada una, del curso.

A cambio, todas las madrugadas de las vacaciones, ellos saltan, aprovechando la oscuridad, a nuestra desprevenida cama, y se traen a la perra, para hacer más fuerza. Gritan: "Feliz Navidad" y nos recitan muy fuerte al oído todo el plan del día con sus meticulosas visitas a abuelos, tíos y primos, u otros planes. Nosotros remoloneamos en la cama como a ellos no se les permitiría jamás (injusticia poética), pero al final nos levantamos refunfuñando, mientras removemos a la vez el ibuprofeno y los cafés. También nos empujan a la ducha, ya, y a vestirnos más rápido.

Evidentemente, la justicia da la razón a los niños. ¿No hay muchísimas más razones para madrugar en vacaciones, donde la luz del alba es el envoltorio rosa del estupendo regalo del presente? Todo para nosotros, lleno de luz. Ellos ponen el entusiasmo en donde corresponde. Ya despejado, al fin, arrebatado por un repentino fervor, decido que, si dejamos que el gallo cante tres veces, estamos negando de algún modo al Señor que nos envía la luz del día. Sé que lo pensaré sólo hasta mañana por la mañana, cuando lo olvidaré. Pero también estoy seguro de que mis hijos (y la perra) volverán a recordármelo justo a tiempo. Justo a tiempo de ver la luz del alba, ay, Dios mío.

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