Un amigo, al que quiero mucho y supongo que será mutuo (a pesar de nuestras diferencias, que han sido sonadas, aunque en el fondo menos profundas en verdad que la brecha formal que abonamos por un tiempo) me dijo el miércoles pasado, sí, ese día en que volvió a pasar todo otra vez, que esta semana -hombre, si era posible- hiciera el favor de escribir sobre lo de Lopetegui. "Tú, Lopetegui; céntrate". Y aquí estoy, con Julen.

Lopetegui nunca me sedujo. Hace cuatro años, con el gran Del Bosque, estaba yo en la graduación de primaria de mi rechulaca ultrarebelde, que ya ha pasado por aquí alguna vez. Ahora se gradúan por todo, el viernes andaba en la de ESO. Bueno, pues estando yo allí, en pleno maratón de powerpoints de fotos, Holanda machacó a España en el primer partido de aquel mundial. Fin de ciclo, dos años más sin nada, y llegó este hombre. No me entusiasmó. Hizo una clasificación muy buena y se presentó en Rusia con buenas cartas. Pero, qué te digo, no me entusiasmaba. No sé muy bien por qué.

El día que dimite el ministro más breve de la democracia, Florentino se carga el patio desplazando la noticia del eje político al más sensible, joder, que ya hay que tener tino: el fútbol, que es así. La cosa tiene narices: Huerta, el hombre, ministro del ramo, posiblemente el eslabón menos firme del nuevo gobierno, resulta que enfrentó una batalla con Hacienda por no declarar como debía y la perdió. Esto es de cuando era presentador. El asunto, por no estirarme, no es tan infrecuente como puede parecer y la gravedad del agujero fiscal es, al final, una cuestión interpretativa. Lo jodido para él es que la interpretación del Tribunal fue idéntica a la de Hacienda, que somos todos, unos más y otros menos. Listón muy alto, impostura exagerada y bocachanclismo presidencial, porque cuando ni soñaba tocar pelo el actual Presidente, ya pontificaba una pureza inmaculada. En el mundial de los cuñaos, en realidad, fue Màxim quien se carga la noticia, que a Lopetegui lo echaron antes. La política a estorbar, como siempre.

Este país-péndulo no es estupendo, es estupéndulo. O de Julen, al máximo, o no. Y no solo por Julen, que es una pieza, nada más, como el ministro, sino por ser de los unos o de los otros, del Madrid y de SúperFloren, o no; de SúperPedro, o no. ¿Y qué pasa, entonces, conmigo? ¿Dónde estoy? Si no soy de Floren, ni de Julen, ni de Pedro, ni de Màxim, ¿tengo que ser de Hierro? ¿De Guirao?

Conclusión, amigo mío, por si esta semana nos cruzamos: al final, lo que quiero es ver jugar, que es lo que importa y, en la medida de lo posible, bien. A veces, ni siquiera eso sirve, porque esto es coral y, aunque pases de tira-línea y metas goles memorables, cualquier genio, tras una torpeza precipitada, te escuadra un trallazo y te empata. O te gana. ¡Qué te voy a decir a ti, si eras portero!

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