Apedro Sánchez se le blanquea el pelo, pero comienza a respirar. El Gobierno estuvo a punto de quebrar en mayo, el cese de Diego Pérez de los Cobos, la dimisión de Laurentino Ceña y el acuerdo con Bildu se sumaban al insoportable peso de los miles de muertos de la pandemia del Covid, pero desde entonces ha remontando. El jueves pasado fue su día mirabilis después de tantas semanas horribilis. El PP, de la mano de Ana Pastor, volvía a la mayoría de los primeros decretos del estado de alarma; la ministra de Trabajo, procedente de un partido de extrema izquierda, firmaba con los sindicatos y la patronal la extensión de los ERTE, y Nadia Calviño se ganaba a los liberales europeos de la mano de Ciudadanos. Vox y Unidas Podemos han inoculado el germen de la crispación que ha convertido el Congreso en una taberna de beodos, boxeadores sonados y señoronas verduleras, pero no son ellos quienes pierden en ese estado buscado, sino sus colindantes. El Ciudadanos de Albert Rivera es el paradigma de esta contaminación letal. Lo único bueno que ha tenido esta pandemia a nivel político ha sido el giro de Ciudadanos, Inés Arrimadas está consiguiendo el objetivo original del partido, servir de instrumento a los dos grandes para romper con el yugo nacionalista de la gobernabilidad. Si fuese así, se habría ganado mucho.

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