La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Juande, Obama y la crisis

ERA una mañana de calor desmayado y soporífero de finales de julio. Recuerdo a Bernd Schuster en la mesa de al lado, en un hotel de Jerez de la Frontera. Solo, malhumorado, ni toda el azúcar que se desparramaba sobre las mesas sería capaz de añadir una expresión de dulzura en su gesto. Tampoco se le intuía una predisposición hacia los sabores dulces -todo lo contrario, más bien-. Yo lo contemplaba desde la admiración, con la inocencia del aficionado que no sabe de contratos, finiquitos y primas, y trataba de recordar algunos de sus goles de falta, sus pases, su elegancia en la conducción del balón, pero me topaba con la seca expresión de su rostro.

Al final, tras desayunar con evidente desagrado, como si estuviera cabreado con las tostadas y el café, cuando alguien le solicitó un autógrafo, el alemán abandonó la cafetería del hotel de la misma manera que ha abandonado todos los equipos en los que ha jugado o entrenado: cariacontecido, bronco, huraño, sin una sonrisa en la despedida, dando un portazo. Hay una frase hecha que empleamos con cierta frecuencia y que dice aquello de no es mala persona pero le pierden las maneras. No se me ocurre un mejor ejemplo para personalizar estas palabras que el destituido Bernd Schuster. Se le contrató para que el Madrid hiciera algo más que ganar la Liga, se habló de excelencia en el juego, de espectáculo, de toque, pero el alemán sólo logró repetir los éxitos de su defenestrado antecesor, el italiano Fabio Capello.

Dicen que la crisis en la que andamos metidos tiene mucho de sensaciones, de estímulos, que el horizonte de cada nuevo día se cubre de truenos o de llovizna según las puntuales percepciones que registran los sentidos de los mercados, las bolsas y demás activos financieros. El Real Madrid se ha contagiado de esta crisis, se ha abrazado a ella, la ha metido en la cama con nocturnidad y alevosía y ya la considera su pareja de hecho; hasta puede que hayan pasado por el altar, me temo. Los modos, los gestos, el vinagre de Schuster no eran las mejores armas con las que contrarrestar los efectos de la crisis. Recordaremos durante mucho tiempo sus célebres frases, algunas de ellas con un endemoniado ingenio -a pesar de su mala uva contaban con cierta gracia-, que si no veía nadie arriba, de dónde era el árbitro, y, sobre todo, su no es posible ganar en Barcelona. Mijatovic afirmó el pasado martes que esta frase no había influido en su destitución. Si mintió por diplomacia, podría llegar a entenderlo, pero si lo decía de veras, tendría que seguir el mismo camino que el entrenador. No me imagino yo a un director de banco, a un albañil, a un médico, a un profesor, a un carnicero o a una actriz que ante la pregunta si puede realizar tal trabajo la respuesta fuera negativa y que eso no le supusiera su despido inmediato. O, imagínense que a Rajoy le preguntan que si va a ganar las próximas elecciones, y responde algo parecido a lo que dijo Schuster el pasado domingo. De locos.

El entrenador alemán, indiscutiblemente, no es el gran causante de la crisis que el club madrileño atraviesa actualmente, por supuesto que no, pero tampoco era el mejor aliado. En cierto modo, Schuster era a la crisis blanca lo que Bush a la -verdadera- crisis mundial: la peor referencia posible, el peor timonel para dirigir la nave.

Por esta lógica, no lleguemos a pensar que Juande Ramos es el Obama blanco -y me refiero al color de la equipación, que ya veía un mal pensado en la tercera fila-, que tampoco es para tanto la cosa. Indiscutiblemente, experiencia no le falta, conoce a fondo el fútbol español y ha demostrado que sus métodos son válidos. Hoy es tirita, tal vez mañana consiga coser la herida y ojalá dentro de unos meses haya conseguido que la hemorragia del presente se recuerde como una leve cicatriz que nunca puso en peligro las curvas del escudo.

A Juande Ramos le toca ser el estímulo, esa percepción positiva, que es capaz de incidir en el estado de ánimo de la generalidad. Mucho más espero del electo Barack Obama, que se convierta desde el primer momento en una voz de esperanza en mitad del desasosiego, en una luz entre tanta penumbra, en una sonrisa entre tanta seriedad. Ambos, en sus distintos ámbitos, se enfrentan a duros y exigentes cometidos, no lo tienen nada fácil.

El patio que se encuentran, en sus respectivas casas, no es ni mínimamente el deseado. Eso sí, tanto el presidente electo de Estados Unidos como Juande Ramos parten con cierta ventaja: hacerlo peor que sus predecesores es francamente complicado. Espero.

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