Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Jóvenes maltratadores

Las estadísticas manejan gran cantidad de datos para obtener otros datos agregados que puedan ilustrar una situación social y, deseablemente, orientar la acción política. Esta semana hemos conocido por el Instituto Nacional de Estadística que cada año hay más mujeres que se pueden adscribir a la categoría de maltratadas, y que un porcentaje menor, un 5%, es de hombres (Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género, INE 28 de mayo de 2019). La violencia es cosa de hombres, de hombres malos. Los porcentajes se obtienen de cantidades de maltratadas y violadas, y se nutren de un número de datos que, por suerte, son limitados, para bien (porque piden auxilio) y para mal (porque muchas no lo piden o pueden pedirlo). Y es cierto que se computan datos sobre personas que se inscriben en un registro. O sea, que miles de maltratadas no figuran en el INE, igual que sucede con las estadísticas sobre violaciones: muchas -muchísimas, es de temer- no denuncian, ni se inscriben en registro alguno. Lo más descorazonador de los últimos datos del INE es que crece la violencia sobre las mujeres jóvenes y sobre las ya mayores. De chavales de 14 años y de viejos de más de 65. Lo segundo es penoso; lo primero, devastador.

La violencia doméstica y de género (o sea, del género masculino sobre el femenino) es un hecho más humano que animal que atraviesa países, clases sociales, religiones y culturas. Que las nuevas generaciones de hombres peguen y violen más a las mujeres es algo que tiene que ver con el registro: quizá, ojalá, el dato tenga que ver con que ellas están mejor asesoradas, menos esclavizadas, y recurren a una imprescindible protección jurídica y policial, la que se les ofrece y que debe seguir siendo más y más dotada de medios. Pero son cientos de asesinatos y miles de abusos cada año (obvio a posta la precisión de los datos numéricos, qué importa un uno por ciento arriba y debajo del número de palizas y, ay, puñaladas). Todos acabaremos siendo mayores, y cada día seremos más los mayores de 64 años en comparación con las demás cohortes de población. Preocupa más que los jóvenes, y los menores, agredan y violen. No debemos ser hipócritas: las redes sociales y el consumo de porno tiene que ver con esto. Lo que no debe suceder es que el castigo no sea implacable. Y que las denuncias que nutren las estadísticas sean más. Y que, fuera caretas, se persiga a los abogados que abusan, a su modo, de la ley. Más allá de esta consideración, los monstruos no menguan, sino que crecen, y emergen entre los jóvenes. Algo va mal.

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