José Mari

Bertín le hizo a Aznar una entrevista dulce como las torrijas de una madre, cómoda como un 'cheslong'

Aznar anda dolido con los españoles, que no lo quieren bien. O que no lo quieren, al menos, como su ego, anchuroso, le reclama. O sea, que los españoles ni le hemos hecho al campechano José Mari una escultura en la Plaza del Sol ni le organizamos homenajes mensuales con desfile militar y coros de niños cantando el tedeum aznarita. Imperdonable, de verdad. Imperdonable. Lo mismo de injustificable que el hecho de que sea Rajoy, su delfín, el que pase soberanamente de Aznar y no lo llame ni para tomar café, ni para comentar los resultados del Madrid, los tres goles de Morata. No esperaba el ex ese giro, pues suponía cuando eligió Mariano, al que siempre consideró manso y vicario, que él desde casa seguiría dibujando la España futura con su mando teledirigido. Pero no, no fue así, el gallego se hizo hombre, voló pachorrón y solo, y pasó completamente de Aznar, que desde entonces se abisma en su pena de gloria olvidada, de Nicanol Villalta de la cosa política, de Estrellita Castro con gaviota, mientras refuerza su abdomen, su inglés y su infinita egolatría. El último paso en esta procesión del Santo Yo lo dio el ex en el programa de Osborne, durante entrevista que el cantante de rancheras, también campechano y con ego para cuatro, le hizo en su casoplón para admiración y envidia de todos los que vivimos en pisitos de 80 metros cuadrados. Osborne, que añora aquellos tiempos en los que votaba a Aznar y luego se iba a almorzar y a tumbarse un riojita de primera sabedor de la victoria, le hizo al ex una entrevista dulce como las torrijas de una madre, comodona como una tarde de tumbaera en el cheslong, inútil como un abrigo de visón en el infernal agostito cordobés. Porque así las quiere Aznar, pelotitas rasas y al pie para rematar confiado en la defensa de su gestión y para mostrar lastimero que, al igual que a Churchill, también su pueblo lo desdeña y no lo adora tal como la deidad merece. La canción aznarita de siempre que viene a confirmar que José Mari fue un presidente con grandes aciertos y grandes errores, pero que como expresidente no da ni una de derecho. Y es que no hay cosa más triste que ver como la anchura del YO desdibuja cualquier último hilo que quedase del sentido del ridículo. A José Mari, un 11-M, se le detuvo el reloj.

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