Editorial

Jordi Pujol: la corrupción como síntoma

Alas imágenes de la infanta Cristina sentada ante un juez en Palma les han seguido las de Jordi Pujol de ayer en su declaración en la Audiencia Nacional por un posible delito de blanqueo continuado de capitales. Serán los tribunales los que finalmente decidan la culpabilidad o no del que fuese presidente de la Generalitat y líder del nacionalismo catalán durante décadas, pero es evidente que estamos ante un nuevo síntoma -otro- de la decadencia en la que ha entrado el sistema político que comenzó a fraguarse con la Constitución de 1978, que ha dado uno de los mayores grados de libertad, igualdad y prosperidad de la historia de España.

Guste o no, Jordi Pujol fue una de las piezas clave en la consolidación y el avance de la democracia española. Aunque ahora, una vez vista la deriva independentista en la que ha entrado el nacionalismo catalán, su figura se interprete como la de un hombre taimado y calculador que fue poco a poco arrimando la sardina al ascua soberanista, lo cierto es que su papel fue fundamental para que pudiese funcionar eso que se ha llamado con acierto el "bipartidismo imperfecto". Tanto el PSOE como el PP pudieron gobernar en los momentos que no tenían mayoría absoluta gracias a los apoyos puntuales o continuados de CiU, cuya desaparición ha estado muy ligada a la decadencia de su líder. Con esto no estamos excusando la posible actividad delictiva de Jordi Pujol. Hay muchas evidencias para pensar que, durante años, tanto su familia como muchos miembros de su partido convirtieron Cataluña en una región donde la corrupción campaba a sus anchas. Si resaltamos el valor histórico y los servicios prestados por Pujol a la democracia española es, precisamente, para poner en evidencia que el gran problema de nuestro sistema político actual no es ni ha sido, como tanto se empeñan en reseñar algunos políticos e intelectuales radicales, lo que falsamente llaman los "orígenes espurios del régimen del 78". Por contra, a la vista está que el gran problema ha sido y seguirá siendo la corrupción de una parte no desdeñable de la clase política, cuyo bochornoso espectáculo ha propiciado en gran medida la desafección que hoy en día sienten muchos españoles hacia las instituciones democráticas del Estado.

Por lo dicho, una vez más resaltaremos que una de las principales labores del próximo Gobierno que salga del proceso en el que estamos inmersos, sea del signo que sea, será el de acometer las reformas necesarias para atajar este mal que se ha convertido en un cáncer para nuestra convivencia.

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