Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Instituto San Álvaro

SEGÚN la información que ha publicado El Día, la conflictividad en el Instituto San Álvaro no es algo puntual, ni residual, ni es el episodio piloto de una serie invisible. La serie, al parecer, de agresiones y de provocaciones, de violencia en las aulas, ha dejado de ser el tema recurrente de películas de serie B como la protagonizada en su día por Sydney Poitier para convertirse, en el San Álvaro, en una abrumadora realidad, tal y como han manifestado varios alumnos del centro, tras protestar ante la sede de la Delegación de Educación. No siempre que hay violencia hay juventud, pero casi siempre que hay juventud termina habiendo violencia. Esto ha sido así siempre, y siempre será así, y quien más y quien menos ha tenido a veces que curtirse devolviendo un empujón o un puñetazo, un codazo o una patada en los huevos, desde el parvulario hasta casi secundaria. No es que la normalidad sea la violencia, sino que la violencia, en ocasiones, aparece, y hay que plantarle cara, asumirla, y no negarla nunca.

Negar la violencia, cuando existe, equivale a propiciar que la violencia aumente, que se extienda, que gane más espacio de violencia. Lo ha descrito admirablemente Isaac Rosa en su inquietante novela El país del miedo, que más que contestar preguntas lo que hace es plantear interrogantes: ¿debemos aceptar lo que sucede, esperar que la suerte nos absuelva, no enfrentar el rostro de cualquier agresor? Una cosa es la violencia normal de un instituto, o de cualquier colegio, dentro de un equipo o en un recreo: toda la vida, todos, nos hemos guanteado alguna vez, por más que lo ideal fuera evitarlo. Así que por un cruce de manos, por unos revolcones en el barro, por dejarse la piel en el cemento tras cualquier calentón, tampoco es que haya que encomendarse al Ejército de Salvación, ni hay que sorprenderse demasiado, ni pensar que vivimos en el caos.

Sin embargo, a tenor de lo ocurrido en el San Álvaro, se hace imprescindible distinguir entre un encontronazo normal, entre una riña que acaba en una cachetada o en un golpe, y el tipo de agresión que ya supera el episodio escolar para subirse al tipo penal. La diferencia, claro, es la que marca la ley, y esto hay que tenerlo claro en el San Álvaro y en cualquier instituto. Si lo que hay en el San Álvaro es, pongo por caso, una situación propensa a las coacciones, la extorsión, el robo, la agresión, al maltrato de hecho y psicológico, y este comportamiento delictivo impide que el centro desarrolle su labor, que es la enseñanza, entonces hay que entrar a fondo en el problema. Y si hace falta personal de seguridad, que regule la paz del instituto, no temer la medida, sino el daño que se trata de evitar.

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