Tinta y borrones

Inmigrantes

El 70% de los cordobeses considera que vienen a España a delinquir y que les quitan oportunidades

Mamá, cuando alguien te diga que los inmigrantes vienen a España a robar, diles que yo soy un inmigrante y que lo que quiero es que en el país en el que vivo me traten bien". La frase es de alguien cercano, pero podría haber sido pronunciada por alguien que conozcan. Un primo, un amigo, un exnovio, un hermano, un antiguo compañero de trabajo o de clase. Porque son miles los jóvenes que en los peores años de la crisis -y aún hoy- se han marchado a otros países para buscarse la vida después de haberlo intentado aquí. Algunos lo han hecho con contratos más o menos decentes, incluso acorde a su formación y estudios; otros han empezado haciendo los trabajos que nadie quiere. Recogiendo mesas, limpiando baños, trabajando en la vendimia o en la fresa. Todos son inmigrantes que se han marchado lejos de sus familias para buscar la oportunidad que en su tierra se les negaba.

En un país en el que la emigración marcó la vida de miles de familias durante una época, y que ha vuelto a ser protagonista en los últimos años, resulta decepcionante leer estudios como el realizado por APDH con motivo del Día de los Derechos Humanos, en el que se pone de manifiesto que el 70% de los cordobeses considera que los inmigrantes vienen a España a delinquir. El 56% cree que le quitan oportunidades a los españoles y el 58% piensa que hay demasiados refugiados.

Sin entrar en el buenismo, lo cierto es que la percepción que se tiene de los inmigrantes sigue basada en estereotipos muy arraigados que es necesario combatir al igual que ocurre con temas como el de la violencia de género y las denuncias falsas. La población inmigrante que trabaja en Córdoba no llega al 10% mientras que las denuncias falsas suponen un 0,001% del total que presentan las mujeres.

Contra este tipo de creencias no cabe más solución que la información y la pedagogía para evitar que sigan transmitiéndose estos mensajes negativos. Una mentira repetida cien veces no se convierte en verdad, pero sí crea un mensaje que cala en la sociedad y que es muy difícil después cambiar.

A juzgar por el informe de APDH sería más necesario que nunca ofrecer una visión calmada de un fenómeno que ha existido siempre y que, aunque haya que regularse, no hay que olvidar que hablamos de personas. Personas que podrían ser nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro antiguo compañero de trabajo o de clase.

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