Dejen que les cuente. Llevo tratándola como trece años y queriéndola, pues igual. Inma se deja querer y es muy normal caer rendido ante sus mil capacidades, sus dos mil habilidades y su desbordante simpatía y buen humor. Pero Inma es altamente adictiva y, si uno no pone pies en pared muy pronto, te conquista para siempre y no te suelta, y ya no la quieres soltar tú tampoco.

No es que cuando yo la conocí fuera una niña, porque no lo era, pero el recuerdo que tengo en mi memoria es el de una chiquilla muy joven, recién empezando a darle patadas al balón en el campo de juego de los mayores, buscándose las habichuelas (y las almejas, y las cigalas, y las gambitas, y los cuerpos) tras haber terminado brillantemente su carrera de fisioterapeuta. Luego la he visto evolucionar en el plano profesional y personal. En el primero, hasta ser una referencia imprescindible en su campo, que espolea a la competencia que la admira y que es bálsamo cierto para infinidad de pacientes que alivian sus lesiones. En lo que más importa, para ser una mujer ferozmente independiente, radicalmente honesta, generosamente comprometida y felizmente madre.

En Inma, nada es casualidad, aunque pueda parecerlo. Hay, detrás de todo, esfuerzo, ambición de la buena (de la que no toma impulso para saltar pisando la cabeza de nadie), y una voluntad de hierro, que responde con alegría a los malos vientos, propios y ajenos, aunque refugie un desorden estratosférico para las cosas que no considera importantes. Inma es un seguro. Si algo va bien, Inma; si no, también. Cuando las cosas son para celebrar, ella es la fuerza motriz de un torbellino y te arrastra para multiplicar tu contento. Si la vida se pone rancia, que puede ser incluso teniéndola cerca, se planta de cara a tu lado y, como si lo tuyo fuera suyo, no solo espera las malas noticias, a verlas venir, sino que las busca, las enfrenta, les da la vuelta y las revienta. Y no le importa perder, porque desde el suelo se limpia la herida, se revuelve chula y al ataque otra vez. Por eso, con Inma cerca, en verdad, no pierdes jamás: es que no dejas de insistir.

Inma debe conocer a unos cincuenta millones de personas. Es complicadillo encontrar a alguna que hable mal de ella. Si ustedes tienen la mala fortuna de dar con una de esas que ocasional y raramente lo hiciera, convendrán conmigo en que, si lo hace, si habla mal de ella, no tiene vergüenza. Y, sí, vale, a lo mejor, después de esto, piensan que creo que Inma es perfecta. Pues no: sé que tiene callos en el alma por haberse equivocado, pero no te llora la pena. Es auténtica. Si la tienen cerca por suerte, como yo, no se podrán aburrir, ni en lo bueno ni en lo malo, porque lo que hace Inma es conectarte con la verdad: si te dice "te quiero, gordaco", pueden jurar que es así. Quererla de vuelta no es obligado, es solo natural.

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