La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

Inma Luna

A l borde de la treintena ha muerto tras luchar largamente contra el cáncer Inmaculada Luna Cejudo, talentosa periodista y hermosísima persona. Es lógico que el nombre no les suene a la mayoría que lean estas líneas, pero en la redacción de este diario la noticia de su fallecimiento nos ha agriado este final de julio pues su recuerdo sigue vivo, intenso, en muchos de nosotros. Inmaculada llegó a esta redacción allá por el verano de 2007 y se puede decir que fue una más entre el centenar largo de periodistas en prácticas que han pasado por esta casa desde que abriese sus puertas hace casi 13 años. Como tantos otros, Inmaculada derrochaba ilusión y vocación en lo que hacía, pero si algo la caracterizaba y la distinguía por encima de lo profesional eran su don de gentes, su simpatía, su inocencia, su gracia natural y su verdad. Muy unida al Colegio de Nuestra Señora de la Piedad, en el que se formó, y a la Hijas del Patrocinio de María, Inmaculada tuvo la fortuna de que coincidiese el 400 aniversario de la fundación de este centro educativo por parte del Padre Cosme Muñoz con su estancia en el periódico, lo que le permitió escribir en estas mismas páginas varias crónicas de aquel aniversario en las que, con amor y finura, demostraba su talento y su calidad humana. Poco después de acabar sus prácticas, la vida de Inma, que siempre soñó con ser periodista, dio un vuelco sideral cuando le fue diagnosticado un cáncer. Aquello fue un mazazo pero, como ella misma reconocía en alguno de los escritos que le dedicó a su lucha contra la enfermedad, pronto comenzó a familiarizarse con el problema y a sacar fuerzas de flaqueza para combatirlo. Voluntaria de la Asociación Española Contra el Cáncer, varias veces volvió por esta redacción para saludar a unos y a otros y lo que vimos siempre en ella fue la misma alegría y el mismo afán de vida con la que la habíamos conocido años atrás. Sabedora de que su enfermedad le impedía desarrollar el periodismo tal como hubiese querido, siguió sin embargo escribiendo en diversas publicaciones y también dedicó mucho tiempo a los niños y a personas que padecían su mismo problema. La batalla de Inmaculada ha sido larga y dura y ahora, en este triste mes de julio, ha acabado, pero el hecho de que la recordemos con una sonrisa en la boca y delante de un teclado no es sino un símbolo de la victoria de su espíritu, de su vocación vital y de su candor frente a la adversidad. Yo fui su jefe aquel verano e intenté enseñarle algunas cosas de este oficio; ella, con su ejemplo, me ha enseñado a mí y a todos muchísimo más. Hasta siempre, querida Inma. En esta casa que también lo fue tuya nunca te olvidaremos.

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