Tinta y borrones

Incompatible

El de Nieto no es el único ejemplo. El presidente del Parlamento de Andalucía es secretario general del PSOE

Dos semanas después de que el partido, prácticamente, lo quitara de en medio, el todavía presidente del PP de Córdoba, José Antonio Nieto, dio la cara ayer ante distintos medios de comunicación con la intención de contar cómo afronta esta nueva etapa en la que tiene que dar un paso al lado en Córdoba para centrarse en su trabajo como secretario de Estado de Seguridad en Madrid. Nieto fue sincero y generoso en sus respuestas, de las que se deduce que no le sentó nada bien -en realidad que le sentó muy mal- la decisión de su partido y que, aunque intuye que el presidente andaluz, Juanma Moreno, tuvo algo que ver, no quiso decir sobre él ni una sola palabra. Nieto no entiende que alguien en su partido haya pensado que es incompatible ser el número dos del Ministerio del Interior y al mismo tiempo mantener la paz interna del PP cordobés, algo que ha conseguido en los últimos años y que puede saltar por los aires por la decisión de la dirección general. Él tenía su salida prevista en 2019, pero lo va a tener que adelantar.

Quizá hemos asumido con demasiada naturalidad la acumulación de cargos como algo habitual. Cómo la partitocracia se impone y es necesario hacer méritos en el partido para luego llegar a un puesto en la administración, sea cual sea. El de Nieto no es el único ejemplo. El presidente del Parlamento de Andalucía, la segunda autoridad en la comunidad autónoma, es aún el secretario general del PSOE en Córdoba. La línea entre el cargo público y de partido es tan fina que no se diferencia y lo peor, insisto, es que se asume con toda naturalidad sin que ni siquiera nos lo planteemos, medios incluidos.

Desconozco si la enmienda presentada por el PP para abordar las incompatibilidades -de manera arbitraria- responde a la intención de ordenar todas estas cuestiones o simplemente es un instrumento para quitarse de en medio a quien molesta. Pero puede esta situación llevar a una reflexión acerca de la necesidad de no aceptar como normal que los cargos en las instituciones -no sólo los puramente políticos- sean ocupados sin ningún tipo de rubor por cargos orgánicos de partido y que se defienda esta relación incluso como necesaria. Quizá el de Nieto sea el caso menos preocupante y su destitución sólo se deba a armas internas de la política, cuestiones puramente de estrategias, sobre todo cuanto otros compañeros acumulan cargos con el beneplácito de Génova. Pero puede ser un buen momento para abrir el debate.

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