En España hay algo más de ocho mil ayuntamientos -demasiados- y casi en todos ellos el Partido Popular presentó una candidatura en las últimas elecciones municipales celebradas en 2015. Casi 70.000 personas aceptaron, por tanto, de manera expresa y comprometida incluir su nombre en una lista electoral de ese partido. Pasados esos tres años, apenas 66.000 afiliados se han inscrito como votantes en el proceso de primarias abiertas para elegir nuevo líder: ¡menos que candidatos en 2015!. O el PP se ha caracterizado por su apertura a la sociedad civil, algo evidentemente descartado, o la militancia ni era tan numerosa como se decía ni estaba tan movilizada como se intuía ni, incluso, deseaba elegir a su líder. El dato es, desde luego, muy triste y habrá quien deba hacer examen de conciencia y, sobre todo, propósito de enmienda.

La responsabilidad de quien resulte elegido este jueves será, pues, mayúscula, pero también lo será la de la militancia. Revitalizar un partido cuyas bases están desmovilizadas será complicado para quien gane; suturar las heridas que de modo inevitable se están produciendo durante estos días de campaña exigirá al ganador (ganadora, seguramente) paciencia y generosidad, evitando purgas y ajustes de cuentas; movilizar a un electorado a la fuga será un reto tan difícil como necesario. Pero no menor será la responsabilidad de los afiliados, especialmente los votantes y simpatizantes de aquellos candidatos que no consigan la presidencia: la tentación de la división o de la deslealtad a quien resulte elegido sería letal.

Todos los votantes del PP tienen, tenemos, un candidato favorito. El mío era Feijoo. Hoy unos prefieren a Cospedal, algunos a Casado y otros creemos que Soraya es la más idónea para dirigir el partido con vistas a ganar las próximas elecciones. Pero en lo que existe unanimidad es en la imperiosa necesidad de que de este proceso salga un líder sólido y respaldado por todos, un partido más fuerte que se enfrente con opciones de victoria a un Partido Socialista esclavo no sólo de su imagen sino de sus inconfesables apoyos.

El vergonzoso acuerdo sobre acercamiento de los presos etarras, la escandalosa entrega de los medios de comunicación públicos a Podemos -por fortuna, parece que se les ha negado el control del CNI-, el cada vez más obvio pacto con el independentismo al margen de las exigencias constitucionales o el diseño de una política económica despilfarradora y de subida de impuestos requieren un partido de centro derecha unido y solvente. Ninguno de los candidatos debe perder de vista que Pedro Sánchez y sus políticas son el verdadero objetivo a combatir: las consecuencias de las cesiones y el despilfarro ya las conocemos.

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