Los días de lluvia y cole son un caos. Desde siempre. En la vida de antes, protestaría, les contaría mis quejas, la sensación de invernadero que se crea en el coche, trayecto impregnado en vaho que hace que cada ocupante del vehículo lleguemos a nuestro punto de reparto, sudando. Las mochilas, los paraguas, el bolso, el maletín, el plumífero, la bolsa de las extraescolares y los impermeables. Y todo, tarde y aturullado por el tráfico extra de esos días. Ese cuadro que, en la vida de antes provocaba tanta angustia, ahora no me despierta lamento alguno, ahora tras escuchar constantemente de mis hijas lo que les gusta ir al cole, ahora que el hueco de la bolsa para el ballet resulta un vacío vital, ahora es el momento de poner en práctica algunas enseñanzas. Ni quejas por chorradas, ni lamento absurdo, en la vida de ahora toca -a quien no lo hiciera- valorar lo bueno cuando lo tenemos. Así que nada de protestar por los días de impermeable.
Mi protesta de hoy no es a eso, es a otros impermeables. A los que anclados en determinadas posturas, se mantienen herméticos e inamovibles ante avatares, decisiones e incidentes, ante los que el resto, modulamos pareceres. Que no somos incoherentes, que solo somos permeables. Que la mayoría, sin los extremos ni los afiliados con sueldo, moldeamos nuestras opiniones pendulantes, cogemos de aquí y de allá, conformamos discursos con críticas también hacia un lado y hacia otro y, últimamente, casi en todas las direcciones.
Que hay que ser muy impermeable para no oscilar en opiniones ante la aprobación de una Ley de Educación como la que nos traen aquí, ahora y así; que hay que mostrarse hermético para no ser crítico con quien apela a la autorregulación a la par que va al fútbol -léase palco de El Arcángel- tras venir de prohibir peroles por San Rafael y acotar aforos por Todos los Santos. Porque la realidad nos penetra y está bien que así lo haga y uno puede opinar sobre el Ingreso Mínimo Vital y abochornarse por discursos de Ministras que osan enarbolar la bandera feminista, pisoteando sororidad. Que habrá quien defienda a Trump, quien condene a Antiblanqueo por el asunto de Don Juan Carlos y la pasta en la Isla de Jersey, quien defienda a Simón o condene la idea del Comité de la Verdad.
Porque las afinidades están ahí, pero aceptar y comprender ideas de otros, perfilar nuestros criterios y mostrarnos permeables a la realidad para la sana critica, nos hace libres e independientes. Cuando podamos, serán mucho más interesante los encuentros sin los impermeables.
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