LA Ley de Igualdad que instauró algo semejante a la paridad hombre-mujer en las listas electorales fue promovida por las más combativas organizaciones feministas e impulsada por el PSOE. El Partido Popular, por su parte, la recurrió, pero el Tribunal Constitucional le ha negado la razón. La ley es plenamente constitucional.

Las del 9-M serán las primeras elecciones generales en las que se aplica dicha norma como criterio irrenunciable para la elaboración de las candidaturas. Eso significa que ninguna lista de ningún partido en ninguna provincia tendrá menos de un 40% ni más del 60% de integrantes del mismo sexo, porcentajes que hay que cumplir en cada tramo de cinco candidatos (tres de ellos serán hombres, o mujeres, y los dos restantes, del otro sexo).

Está bien pensado. Aunque haría mucho más por la emancipación de la mujer -y sería mucho más difícil, claro- la creación de una red suficiente de guarderías infantiles o la equiparación salarial con el hombre en todos los puestos de trabajo, la política, por su carga representativa y simbólica, resulta un eficaz campo de actuación para incentivar la participación de la mujer en todas las facetas de la vida pública. Las políticas, como los políticos, se sitúan en el escaparate nacional y su ejemplo puede animar a muchas otras mujeres. Está justificado, pues, potenciar la cuota femenina en los cargos públicos por encima de su representación entre la militancia activa.

Pero, amigos, hecha la ley, hecha la trampa. Un minucioso estudio elaborado por dos periodistas -mujeres- de El País sobre la composición de las listas presentadas a las elecciones generales indica que, si se repitieran los resultados de 2004, solamente habría cinco mujeres más en el Congreso de los Diputados (62,9% hombres y 37,1% mujeres). La ley, por tanto, va a tener, en la próxima legislatura, una levísima incidencia en la incorporación de la mujer a la vida parlamentaria. La trampa de la que hablo son los manejos y efugios utilizados por los jefes de los aparatos partidistas -casi todos hombres- para implantar la igualdad... pero menos. Donde la lista la encabeza una mujer, le ponen tres hombres en los puestos 2, 3 y 4; donde piensan sacar tres escaños, colocan a dos hombres en los puestos 1 y 2, y tres mujeres en los 3,4 y 5, de las que únicamente saldrá una; donde saben que sacarán cinco diputados, van hombres en los puestos impares... y así todo. Curiosamente, el PP, que se opuso a la ley, aportaría, según este escenario teórico de repetición de resultados de 2004, cuatro mujeres más al Congreso, y el PSOE perdería dos.

En fin, la ley ayuda algo, pero poco, porque el machismo imperante es un asunto cultural arraigado durante siglos, y eso es infinitamente más difícil de cambiar que una ley.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios