MIENTRAS Europa camina a pasos agigantados hacia la liquidación de algunas de sus conquistas sociales, aceptando que el trabajador pueda pactar "libremente" con su empresario aumentar hasta las 65 horas su horario semanal, la Cuba de Raúl Castro, que está dejando de ser la Cuba de Fidel, se orienta a acabar con la igualdad (mejor dicho, con el igualitarismo). Singular convergencia, vive Dios.

Las empresas estatales cubanas, que son la inmensa mayoría, tienen de plazo hasta agosto para aplicar un sistema nuevo de remuneración del trabajo: a más rendimiento, más salario. "Ha existido una tendencia a que todo el mundo reciba lo mismo, y ese igualitarismo no es conveniente", ha proclamado un dirigente cubano. No un empresario exiliado en Miami ni un disidente en la isla que trata de sacar la cabeza en la etapa levemente aperturista iniciada tras la enfermedad del comandante, sino el viceministro de Trabajo y Seguridad Social del castrismo, Carlos Mateu.

Con este sistema se impondrá en toda la economía cubana el pago según resultados, que elimina los topes salariales bajo el principio de que quien más produzca tendrá un sueldo mayor. Cincuenta años de igualdad a toda costa tirados a la basura. ¿En aras de qué? En aras de la supervivencia, amenazada por el embargo ilegal, pero sobre todo por una economía intervenida, improductiva y obsoleta. La misma que llevaba a un obrero de la Polonia comunista a resumir así su situación: "Yo hago como que trabajo y el Estado hace como que me paga". O sea, el Estado asegura el pleno empleo, aunque sea colocando a dos empleados para llevar un kiosco de chucherías (eso lo he visto yo), los trabajadores apenas producen ni se esfuerzan por producir y reciben iguales salarios, con los que no se puede comprar casi nada porque casi nada se fabrica. El cambio se hará, pues, por puro pragmatismo, pero ninguna dictadura ha tenido éxito en el intento de implantar la libertad económica sin que eso lleve consigo finalmente la libertad política. Salvo China, por ahora.

Popper nos enseñó que el empeño en realizar la igualdad a cualquier precio pone en peligro la libertad y que, cuando se pierde la libertad, ni siquiera se consigue la igualdad entre los no libres. En Cuba se ha intentado -en condiciones muy difíciles- escribir el sueño de la igualdad absoluta, y no ha funcionado, además de haberse sacrificado la libertad. Pensaban que el "hombre nuevo" postrevolucionario trabajaría por incentivos morales y se han encontrado con que el hombre nacido y criado en la revolución quiere llenar la despensa y prefiere que se trate desigualmente a los que trabajan desigualmente. La libertad llegará también.

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