La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¡Horror, Pedro en Matalascañas!

El presidente visitó la playa que huele como su Gobierno, a fritanga, y que es un ejemplo de despropósito urbanístico

El último gran personaje de la política que visitó Matalascañas fue don Manuel Fraga, siendo ministro de Información y Turismo. Ocurrió a finales de los años 60, cuando Matalascañas estaba proyectada para ser la Vistahermosa o la Sotogrande de Huelva, una urbanización selecta, con una playa privilegiada como casi ninguna en España (conectada directamente a un parque natural) y con acceso restringido para propietarios e invitados. De aquel plan ha quedado poquísimo, acaso los valores de una playa preciosa que sufre los efectos de los temporales cada año y el habitual proceso de desarenización al que no es ajena la costa andaluza. El presidente Sánchez pudo comprobar el otro día el ejemplo de la especulación urbanística y la estética horrenda que marcan desde hace treinta años una urbanización que en tiempos se denominó Playas del Coto de Doñana, diseñada por suizos para captar el turismo alemán y vender pisos a sevillanos a los que se citaba en los salones del hotel Alfonso XII para enseñarles las escasas promociones en construcción. En Matalascañas te podías cruzar con el cardenal Bueno Monreal, el hoy obispo Juan del Río o el canónigo Francisco Gil Delgado; el entrenador Helenio Herrera, el escritor Antonio Burgos o los periodistas Nicolás Salas, Ruesga Bono, Antonio Colón o Manuel Lorente. Poder bañarte en la misma playa del Coto de Doñana, espléndida donde las haya, era el mejor reclamo para una emergente urbanización. Pero todo se vino abajo. Del pantalón de pinza se pasó al bañador cotidiano, de los zapatos a las chanclas, de la tienda de antigüedades de Lola Ortega y la librería Cernuda al mercadillo ambulante, de los grandes restaurantes del centro comercial Ciervo Azul a los bares de copas que son todos iguales con independencia de la playa; de los conciertos de Julio Iglesias a la música del tapicero que siempre llega a su ciudad, señora. ¡Sillas, sillones, tresillos y descalzadoras! Matalascañas tenía entonces el color blanco de los plumeros, el frescor de los aspersores de algunos chalés comprados por médicos, profesores o militares de alta graduación, y contaba con un verdadero parque dunar por el que se alcanzaba el mar sin necesidad de centros de interpretación de diseño donde se gastaron los presupuestos públicos que se llevó la crisis de 2008. La historia de este paraje natural es la de un despropósito urbanístico donde algunos hicieron el negocio del siglo, reventaron una preciosa idea y dieron lugar a un engendro donde sólo faltaba la presencia del presidente con menos palabra de la democracia, el jefe de un Gobierno que huele a fritanga como la plaza del pueblo de Matalascañas.

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