Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Honduras

POR aquí no sabíamos demasiado de Manuel Zelaya, porque no se puede leer todo ni conocerlo todo, y eso incluye la política nacional hondureña. Sin embargo, lo primero que hemos conocido de Manuel Zelaya, su secuestro nocturno encañonado por la cuadrilla de militares golpistas, ha dotado al todavía presidente constitucionalista de Honduras de un vago prestigio democrático, de un aura romántica de bombardeos del Palacio de La Moneda, con las manos del poeta y cantante Víctor Jara rotas a culatazos en los sótanos del Estadio Nacional de Santiago de Chile y el asistente de Pablo Neruda, que había ido al mercado a comprar colonia para que su esposa pudiera hacerle al poeta unas friegas para templar su fiebre, asesinado en ese torbellino fantasmal del horror, de cuerpos arrancados a la vida y vertidos en cajas de hormigón de un avión sobre el mar.

No sabíamos demasiado de Manuel Zelaya, no sabíamos nada de la política nacional hondureña, pero en cuanto oímos que un presidente legítimamente elegido había sido sacado por la fuerza de su dormitorio en plena noche y enviado en un helicóptero fuera del país bajo amenaza de muerte, y todavía en pijama, no podemos evitar recordar el nombre de Salvador Allende, y su suerte terrible, y también la traición de unos generales ambiciosos que habían jurado defender con las armas la legalidad democrática y se alzaron, soberbios, contra ella: de nuevo salvadores de la patria arrebatando la soberanía de la patria al pueblo con disparos, y de nuevo América también, y de nuevo la revolución como un eco difuso de optimismo en el regateo del poder. Porque, realmente, ¿qué sabemos de Manuel Zelaya? Quizá lo que sabemos es bastante: que había sido elegido en unas elecciones democráticas, que ya es más de lo que podemos decir de su sustituto usurpador, Roberto Micheletti, y de los generales que lo han sacado de Honduras a golpes de fusil de madrugada. Sin embargo, también sabemos que Zelaya, al menos a priori, no es un personaje sin mácula visible, porque alguien que se alza hasta el poder de la mano llamada liberal, que es su partido, bendecido en su día por George Bush, y que en los últimos meses ha descubierto su vocación marxista en plan Daniel Ortega y Hugo Chávez, que tanto han despotricado contra Bush, alguien que oscila tanto en poco tiempo, induce como poco a la sospecha.

Sabemos que Manuel Zelaya acariciaba la reforma legal para hacer posible una reelección que, hasta el momento, ha sido ilegal en el mismo sistema democrático que lo legitima como presidente, y que ha pasado de amar a la CIA a pretender integrar a Honduras en la Alternativa Bolivariana para las Américas, bendecida por Castro. Sea como fuere, sigue siendo un presidente democrático que ha sufrido un golpe de estado tenebroso, como todos.

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