Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Homenajear, citar, plagiar

COPIAR o no copiar, éste es el tema. Antes parecía estar clarísimo, con los límites de la propiedad intelectual como baremo para poder distinguir entre un homenaje o una cita y una apropiación indebida. En los últimos años, ha habido mucho de apropiación indebida disfrazada de homenaje literario o de cita. Al ser bienes intangibles, la cosa quizá parezca menos clara, pero con una analogía de bienes corporales no lo es tanto: la diferencia entre citar y plagiar podría ser la misma que entre coger algo prestado y llevárselo. Todo el mundo puede colegir que no es lo mismo; sin embargo, como sucede siempre con la propiedad intelectual, los matices hacen que los límites sean, sólo aparentemente, más difusos. Al citar a alguien, de alguna forma se toma algo prestado. Incluso si se hace debidamente, esto es, especificando la fuente, la obra y el autor, se toma algo prestado. No se puede tomar prestada, por ejemplo, una novela entera: eso ya no es coger prestado, sino apropiación indebida. Pero, ¿y un párrafo? Si se aclara la fuente, ¿por qué no? Sucede algo parecido con los homenajes: un poema en el que aparece un verso de otro, debidamente puesto como una incorporación que nos remite, para el lector atento, a otras tradiciones, como hacía tanto Jaime Gil de Biedma y han hecho los novísimos con la antigüedad clásica. Sin embargo, lo que no se puede es fusilar un poema entero, de otro, dando a entender que es de uno: aquí es donde termina el homenaje -ese préstamo tan común en el tráfico libre- y empieza el plagio, el robo.

Todos los escritores se influyen entre sí: así ha ocurrido siempre desde Grecia, y seguramente también desde mucho antes, en la primera historia de caza junto al fuego. La tradición oral parte de la repetición y la repetición hizo memoria. Que se puedan citar fuentes, que se puedan incardinar obras de otros, que se pueda uno apropiar, por un instante, de la palabra de otro, es una facultad creativa con su correspondiente límite legal. Es lo que le ha ocurrido a Karl-Teodor zu Guttenberg, ministro alemán de Defensa, con una gestión al frente de las Fuerzas Armadas respaldada por el 74% de los alemanes y con una más que prometedora carrera política como posible sucesor de Angela Merkel. Pero su proyección acabó: Karl-Teodor zu Guttenberg copió, íntegros, sin citar su fuente, 70 de las 475 páginas de su tesis en la universidad de Bayreuth.

Ya no es doctor, claro, ni tampoco ministro, porque al final ha tenido que ofrecer su dimisión a Angela Merkel. ¿Pasaría esto en España? Me temo que no: se convertiría en presentador televisivo, por ejemplo. Una cosa es la postmodernidad, y la fragmentación de ese libro poliédrico del mundo, y otra muy distinta el robo a pluma armada.

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