Historias de Jacobo

En 'Cinco historias de Jacobo', Fernández de Bobadilla ha creado un detective que merece ser descubierto

Para educar a un niño hace falta una tribu, dicen los masáis. La educación de un niño empieza cien años antes de su nacimiento, dice otra tribu, creo que los ingleses. Y yo he comprobado ambos extremos en mis carnes. Aprendí de Sol Andrada-Vanderwilde, en plena preadolescencia, que no debía empezar mis cartas diciendo "Hola". A vuelta de correo me explicó: "Puedes poner Querida Sol que no voy a creer por eso que mueres por mis huesos, sino que sabes cómo se encabeza una carta". Pueden apostar, mis queridos lectores, que lo aprendí. La madre de los Fernández-Álava me mostró cómo untar la mantequilla y servirme la mermelada de la merienda haciéndolo en mis narices len-len-ta-men-te para que lo viese de una vez y no siguiera equivocándome de cubiertos. Paula Fernández de Bobadilla puso cara de Tu quoque, fili mi? cuando pedí "otra" copa. "Es una, ¡una!: nadie tiene que llevarte la cuenta", me dijo bajito y con tanta pena que casi me quita la sed.

Podría seguir, pero yo venía a lo de la copa, porque esa misma lección la da Jacobo, el protagonista de las cinco historias que ha escrito Enrique Fdez. de Bobadilla, padre de Paula y del libro que acaba de ver la luz en cuidadísima edición de Nido de Ratones. Ya venía yo maliciándome que en ese Jacobo había mucho del espíritu de Enrique, hasta que di de bruces con la lección de las copas, y reconocí la escuela.

Como detective, Jacobo no es Poirot. Deja un asesinato sin resolver porque, en fin, el asesinado era un bicho; o resuelve los casos de forma bastante consuetudinaria. El libro, sin embargo, es delicioso. Primero, por la prosa, cuidada -esta sí- con lupa. Y segundo, por los personajes. Borges decía que una buena historia lo era si creaba un personaje que acabemos amando, y ponía como ejemplo a don Quijote. Don Francisco de Quevedo, era cien veces más intelectual que Cervantes, pero, ay, amigo, no nos dejó un amigo eterno. Eso decía Borges y yo digo que Fdez. de Bobadilla nos regala un personaje entrañable, y varios más. Se le dan muy bien las chicas. A Jacobo, digo, y a Enrique retratarlas.

Se acaban las historias y estoy tentado a pedir otra. Hasta que recuerdo la lección de las copas. La lección es para las copas… y para las historias, para los personajes y, sobre todo, para las personas. No hay "otra" porque cada una es única. Pero ojalá las aventuras de Jacobo no acaben nunca. Estas cinco no las vamos a olvidar.

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