VIVIMOS en una sociedad muy extraña: queremos el máximo de libertad y al mismo tiempo el máximo de seguridad. En otras sociedades anteriores a la nuestra, cualquier persona conocía los límites de lo que podía y no podía hacer -el mundo era hostil, existían los peligros de la naturaleza, las leyes tiránicas del poder o de la tradición te controlaban la vida, los rayos caían del cielo y las tormentas de granizo te arruinaban una cosecha en menos de una hora-, pero ahora creemos vivir en un mundo en el que no existe nada de eso. La naturaleza ya no nos parece hostil, porque creemos haberla domesticado hasta convertirla en un bonito fondo de pantalla de ordenador. Y si los rayos caen del cielo, eso no se debe a una ley física ineluctable, sino a una chapuza o un mal funcionamiento administrativo del que tenemos que culpar a alguien.

Y por si fuera poco, en España sufrimos una patología congénita que nos impulsa, no sé muy bien por qué, a ideologizarlo todo y a convertirlo todo en un áspero debate político en el que la responsabilidad siempre es del otro. Y todo esto ha quedado muy patente con el caso de la enfermera contagiada de ébola. Se ha llegado a decir que el PP se ha traído el virus del ébola a España por puro capricho, como quien se trae un souvenir africano de recuerdo. Y hemos visto acusaciones de exterminio encubierto contra el PP, así como reacciones alarmistas que parecían propias de los casos de brujería del siglo XVII, aunque quienes las propagaban eran en muchos casos universitarios del siglo XXI. Y al mismo tiempo, hemos visto la torpeza inconcebible de un Gobierno que no sabía controlar la situación ni detener la alarma, y que encima escurría el bulto y dejaba como portavoz a un consejero de Sanidad que se dedicaba a criminalizar a la pobre enfermera infectada (una heroína, se mire como se mire). Si hubiera un contador géiger que midiera los índices de irresponsabilidad cívica -y hasta de imbecilidad- de una sociedad, me temo que la sociedad española de octubre de 2014 no saldría muy bien parada.

Y ahí tenemos a un Gobierno chapucero que improvisa con un tema muy delicado, pero también a una sociedad que no parece darse cuenta de que existen las contingencias y los errores porque vivimos en un mundo inseguro y muy difícil de controlar. Se deben pedir responsabilidades por la improvisación y las negligencias, que las hubo, y muchas. Pero no se puede propagar el miedo y el alarmismo, porque esta sociedad, si sigue así, tendrá que hacérselo mirar.

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