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Mikel Lejarza
La Traca Final
La ciudad y los días
Exactamente a las 08:15, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina”. Así empieza Hiroshima, la obra maestra periodística de John Hersey que por su interés y extensión ocupó por primera y única vez un número entero de The New Yorker, el del 31 de agosto de 1946, generando tal conmoción que exigió nuevas tiradas y pronto fue publicado en volumen (edición española en Debolsillo: la recomiendo convencido de que se trata de una lectura imprescindible).
Todo había empezado cuando, tras el final de la guerra que había cubierto para Time en los frentes de Europa y Asia, The New Yorker encargó a Hersey un reportaje sobre los efectos físicos y psicológicos de las explosiones atómicas en la población. Viajó a Hiroshima en los últimos meses de 1945, recopiló testimonios de los supervivientes, escogió los de una oficinista, un médico, una viuda a cargo de sus tres hijos pequeños, un misionero, un cirujano, un pastor metodista y creó esta desgarradora (y conmovedora por sus testimonios de valor y solidaridad) obra maestra del periodismo, la mejor que recuerde haber leído junto a Elogiemos ahora a hombres famosos de Agee y Evans, A sangre y fuego de Chaves Nogales y Voces de Chernobil de Aleksiévich.
Siempre, pero más este verano del éxito de la interesante pero sobrevalorada Oppenheimer, urge leer Hiroshima de Hersey. No solo porque la película apenas muestre los efectos de las bombas. Sobre todo, por la bochornosa fiebre que en las redes sociales ha unido su taquillazo al de Barbie como el Barbenheimer, fundiendo imágenes de Barbie y Oppenheimer con fondos de la explosión atómica. Esta banalización de una tragedia que causó más de 250.000 víctimas ha indignado en Japón, obligado a la división japonesa de Warner a protestar ante la central de Hollywood denunciando como “extremadamente lamentable que la cuenta oficial de la sede estadounidense de la película Barbie interactuara en las redes sociales con los fans de Barbenheimer” y obligándola a disculparse: “Warner Brothers lamenta su reciente participación insensible en las redes sociales. El estudio ofrece una sincera disculpa”. Las bromas (y la imbecilidad) deben tener límites.
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