Lel término inglés hater, "odiador" en castellano, alcanza hoy una gran popularidad, debido a la omnipresencia en las redes de sujetos que se caracterizan por perseguir obsesivamente a aquellas personas por las que sienten desprecio. Es cierto que esa actitud mórbida es identificable en otros muchos ámbitos. También, que acaso sea tan antigua como la humanidad misma. Pero ha sido el triunfo de la vida virtual, y el anonimato que ésta ampara, el que nos ha descubierto miríadas de insultadores que disparan sin descanso sobre el blanco de sus iras. A diferencia del troll, que destila su veneno a tiempo parcial y sin objetivo fijo, el hater no mide el castigo, se empecina en la humillación y aguarda siempre el trofeo de una respuesta.

No es fácil averiguar qué pasa en la mente de estos emboscados. Schafer nos regala la primera pista: "No todas las personas inseguras odian, pero todos los que odian son personas inseguras". Inseguridad, pues, que además viene habitualmente acompañada de otros elementos empobrecedores. Suelen adolecer de baja autoestima, una lacra que mitigan rebajando a los demás; y, al tiempo, acostumbran a encajar en lo que la Psicología llama la Tríada Oscura: son narcisistas (tienden a la grandiosidad, no aceptan críticas, desconocen la empatía), abrazan el maquiavelismo (destacan como maestros de la manipulación en interés propio) y manifiestan psicopatía (de conducta desviada, egocéntrica y superficial, ignoran la culpa y el remordimiento). Quedan todavía dos rasgos que ultiman su más fiel retrato: una mermada inteligencia emocional y, como consecuencia casi inevitable, su desembarco en el fanatismo, en esa forma de ceguera voluntaria que transmuta en reyerta cualquier intento de debate.

Amén de convertirse en un martirio para quien soporta el acoso tenaz de sus improperios, los haters, en cuanto paladines del ciberodio y en la medida en que alimentan la polarización y el extremismo, terminan constituyendo un verdadero peligro social. Son la basura que genera una sociedad maniquea, intolerante, esclava de la consigna e incapaz de pensar por sí misma.

Dicen los expertos que la mejor manera de combatir a los haters es ignorarlos. Algo que no debería ser demasiado complicado si se repara en la nada que representan, en esa vacuidad ensoberbecida en la que asientan su dudoso poder. Es el silencio, la falta de eco, lo que, como la luz a los vampiros, los frena, anula y volatiliza.

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