El granito es una piedra curiosa. Es dura como un cuerno. Firme, muy sólida. Sobria también. Un punto aburrida cuando se acumulan las placas de granito una tras otra y arrojan un paisaje medio gris que te da la idea general, cuando lo vas transitando, de no acordarte demasiado bien del comienzo y no saber cómo se despeja al final. Pero el granito da seguridad. Monotonía, quizás, pero sabes a qué atenerte.

El granito, tan robusto, es, aunque pudiera pensarse lo contrario, muy poroso. Es decir, absorbe lo que le echen. Si tienes tu casa hecha en granito y te cae el diluvio universal, la piedra te hace un favor porque es como si se tragase el agua. No es un repelente impermeable, es un material que faja bien. De viento, ni hablamos. Y podemos seguir hasta el infinito. La idea central es que lo gordo le rebota y lo finito se lo va comiendo.

Pero, como todo, tiene algún problemilla. No echa bien con el aceite. En general, con cualquier grasa. Como en casi todo material, la grasa sobre una superficie firme (que no sea engranaje interno, me refiero) provoca un efecto inicial peligroso: la convierte en resbaladiza. Hay, entonces, que esmerar la atención para pasar sobre ella sin precipitarse, caerse, vamos, y conviene aplicar un rápido remedio para retirarla. Más si cabe en el granito, porque la porosidad que caracteriza a esta piedra hará que la grasa la penetre y, una vez dentro, colada por los poros, le sale una mancha al granito de abajo a arriba que es prácticamente imposible quitar. Y ya, ni la firmeza, ni la sobriedad, ni la solidez del granito están en primer plano. Lo miras y ves la mancha. A poco que seas caprichoso, le tomas manía por sucio. Por feo.

La ministra portavoz, claramente escogida para el puesto por su vis comunicativa, que presagia grandes avances en la educación cuando nos diga lo que hace en su otra cartera, nos refirió el otro día que el equipo de gobierno es granítico. Perfectamente engrasado, añadió. Frente a la cacería, decía, la fortaleza de la piedra recia y el ágil funcionamiento que lubrica la grasa. Se lió, me temo. Porque, repito, la grasa en el granito hace que resbales y, si se mete dentro, lo mancha definitivamente.

El gobierno está castigado. Mucho. Pero hay quien puede asociar esto al karma. Cuando no era gobierno repartía a todos la receta de una corrección extrema: dimite si hay grabaciones machistas, dimite si copias, dimite si tienes una empresa para pagar menos legalmente. Dimite, dimite, dimite. Después te toca gobernar y te toca porque entras, con todas las de la ley, por una puerta trasera. Para compensar pretendes ser rutilante. Cien días cortos. Por lo demás, gestos y rectificaciones y, en las cosas de comer, un vacío vacilante. Feo. Granito engrasado...va a ser verdad.

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