En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Gracias por todo, Elisa

En esta casa-patio están mis raíces, en ella nací y toda mi vida la he pasado aquí; mira que he tenido oportunidades de irme en mis 46 años como maestra, pero conforme se han ido quedando las dependencias vacías se las he ido alquilando al dueño porque… Es que aquí están mis raíces". Así comienza el capítulo que en el libro El Alma de los Patios de Córdoba dediqué hace ahora cinco años al patio de Elisa Pérez Laguna, el del número 21 de la calle Pozanco, y a ella, a una de las grandes señoras de la cita por excelencia del Mayo Festivo Cordobés -la de Los Patios-. Elisa me justificaba de esa manera -como si le pusiera el epílogo al capítulo- por qué continuaba viviendo en ese edificio que un día fue conocido como la Casa de la Sal, y que formó parte de un convento desamortizado en 1835 antes de convertirse en una casa-patio de vecinos. Me insistía en ello mientras atravesaba un largo pasillo en cuyas paredes solía colgar a modo de verde cascada decenas y decenas de macetas, ese largo pasillo de la que fue y la que es la primera y muy singular dependencia que espera a quien atraviesa la puerta de entrada de ese número 21 de la calle Pozanco. Y me repetía que, con la inestimable y "necesaria" ayuda de su sobrino Carlos, del que ella siempre hablaba, empezó a presentar el recinto al concurso municipal de patios en 1993. "Justo diez años después de morir mi madre, ya que ella no quería presentarlo, aunque la animaban para ello. Reconozco que me costó algo dar ese paso", me contó entonces.

Paradojas de la vida, desde ese 1993, cada año abría su casa al público en la Fiesta de los Patios como homenaje a su madre. Eso sí, durante esa entrevista -que se tradujo en su capítulo en el libro- quiso dejarme bien claro que quien le dedicaba más tiempo al cuidado del recinto "fue primero mi madre y después la madre de mi sobrino, ya que mi trabajo de profesora me dejaba poco tiempo para ello; no obstante, a la hora de limpiar me remangaba como las demás, me subía a la escalera y blanqueaba a dos manos todos los sábados y domingos de marzo y abril". Tras ese esfuerzo, tocaba llenar de geranios y gitanillas las paredes de ese largo y singular pasillo que igual que da la bienvenida a quien entra a Pozanco 21, es el último en despedir a quien sale de esa casa en la que estaban las raíces de Elisa. Sí, estaban sus raíces, porque Elisa se ha marchado de esta vida y esos geranios y gitanillas, huérfanos de su cariño, dibujan un halo de tristeza en ese ya mítico pasillo de los Patios cordobeses. Como muy bien afirmó mi compañero Rafa Ávalos en Córdopolis, "Córdoba pierde a la que es una de las personas más relevantes de los últimos tiempos en la defensa de la tradicional vida en una casa-patio, de su cuidado y, por supuesto, del evento que hoy es reconocido mundialmente tras su declaración como Patrimonio de la Humanidad".

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