No soporto los globos, me parecen de los peores elementos de juego que pueden llegar a los niños. Sé que no suena simpática esa rotunda afirmación, pero no pienso matizarla. Lo siento así. Odio los globos. Inflarlos ya es harto complicado y para los niños, casi imposible y muy peligroso, al inspirar pueden aspirarlos y atragantarse. Una vez inflados su perspectiva de futuro es perderse, pincharse o explotar con las consiguientes rabietas, frustraciones, sustos, enfados y riesgos de infartar para algunos. Apasionante, en cualquier caso.

Cuando cae el primero, quien se queda sin él, pasa a ser el desgraciado del grupo, la pandilla entonces necesita del siempre difícil relato sobre la importancia de compartir y prestar el bien que, de haber sido más cuidadoso, el otro mantendría. Insoportable. Se vuelan, no pesan, se escapan y en la persecución, los niños se tornan del todo incontrolables y ajenos a carreteras, escalones, cruces o esquinas puntiagudas. Son lo peor. No concibo cómo están tan extendidos como agasajos habituales en las tiendas que venden cosas de niños, ni que se incluyan en las bolsas de chuches, ni sigan existiendo aún en las fiestas infantiles. No lo entiendo.

El martes pasado mi hija pequeña, como muchos otros niños, cumplió años en esta situación; cuatro. Vaya por delante que creo que, en esto del confinamiento, las personas mayores necesitan más atención que los niños, pero es verdad que los cumples se hacen más que raros, por eso, de lo diferente del martes, quiero destacar los globos.

Globos que irrumpieron en nuestro desayuno por el patio de luces y que venían del piso de arriba, al abrir la ventana para rescatarlos, el piano de otro vecino nos regalaba cumpleaños feliz, y de repente, con un sistema de polea bajaron del cielo unas tabletas de chocolate que volvieron loca a la pequeña cumpleañera y al resto nos supieron a gloria y solidaridad. A media mañana una bandeja de guirlache vino del piso de al lado y en nuestra primera fiesta con todo manufacturado, constatamos de manera muy especial que no estamos solos, ni en el cumple ni en todo esto.

Los globos, los muchos globos enganchados al hilo que usa mi vecina para el relleno de la carne, alcanzaron una nueva dimensión. No eran globos, desde luego no eran meras esferas flexibles llenas de aire, no eran lo de antes. Siento que en medio de todo lo que estamos viviendo y todo lo que estamos sintiendo, muchas cosas afortunadamente ya no son lo que eran, y pueden que no vuelvan a serlo.

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