La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Garzón, el ministro inane

Sólo es ministro por haber entregado IU a Podemos y por la falta de escrúpulos de un Pedro Sánchez que no dormía

Alberto Garzón llegó a ser ministro sólo por la feliz conjunción entre una decisión personal y una serie de circunstancias objetivas fuera de su alcance e influencia. La decisión: entregar la organización de Izquierda Unida a Podemos. Las circunstancias objetivas: que Pedro Sánchez no lograra la mayoría absoluta en las dos elecciones generales de 2019 y que pudiera conciliar el sueño gobernando con Pablo Iglesias al día siguiente de las segundas.

Garzón, preocupado por el declive irresistible del postcomunismo de IU, se pasó con armas y bagajes al rampante populismo de Podemos. A cambio de un escaño de diputado y una presencia relevante en Unidas Podemos. Prácticamente, por un plato de lentejas. Por paradojas de la política, las lentejas derivaron en bogavante, y el diputado devino ministro de la autoproclamada coalición más progresista de la historia de España.

Un ministro de cagalástima, que solamente lo es por la insistencia de Pablo Iglesias, que sí paga a traidores, y la falta de escrúpulos de Pedro Sánchez, capaz de montar un Ministerio de Consumo donde habría bastado y sobrado con una Dirección General. Sin peso, ni estructura orgánica ni competencias, pero con toda la parafernalia del poder y la condición garantizada de plataforma propagandística y difusora de ideología al por mayor. Por su parte, él hizo caso a su máximo enemigo retroactivo, Franco, que aconsejaba a alguno de sus secuaces "ser ministro, aunque sea de Marina". Aunque sea de Consumo.

Como ministro sin competencia y sin competencias Garzón se ha dedicado, básicamente, a meter la pata. No tanto por lo que dice, que a veces está puesto en razón, como por el contexto en que lo dice, la contundencia propia de un pensamiento simplista y binario y la compatibilidad que caprichosamente se regala a sí mismo en su doble condición de ministro y activista. Aparte de sus groseras contradicciones personales (combate el consumo de carne, pero en su boda ofreció solomillo y foie gras, debe ser el único que no sabe cómo se elabora el foie gras), hay que reconocer que ha innovado la política española oficializando un nuevo concepto: la garzonada. Dícese de la ocurrencia de un ministro que se aburre en su cargo y aprovecha el altavoz ministerial para potenciar su faceta de comentarista de la actualidad, agitador de conciencias y suministrador de chucherías ideológicas.

A veces, ya digo, no le falta razón.

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