Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Gallegas y vicepresidentas

Los mundos de Nadia Calviño y Yolanda Díaz son caras antitéticas de una moneda... menguante

Las actitudes de las vicepresidentas en las fotos a dúo -varias, de la agencia Efe- distan mucho de ir al compás al posar tras la reestructuración del Gabinete. A Yolanda Díaz se la ve ufana con la patada hacia arriba en el escalafón: hacia arriba, pero no del todo, porque el puesto que Iglesias dejó en el tetris del Gobierno lo ha ocupado la tecnócrata económica, Nadia Calviño. A ésta, en otro mundo -un mundo mucho más complejo y lleno de nubarrones y responsabilidades, no en algún lugar por encima del arcoíris- se le nota en todas las imágenes un rictus forzado: los ojos contraídos, la boca en un vano intento de sonreír, las manos entrelazadas y en tensión a la altura del vientre.

Puede y debe ir la procesión por dentro, pero los gestos de Díaz basculan entre lo victorioso y lo divertido, aunque no tanto como en aquella primera intervención de la pandemia en la que nos ofreció una lección de Barrio Sésamo sobre los Erte (que venían para quedarse): ¡cómo ha mejorado la ministra! Ya ven, hasta llegar a ministra y más allá: a vicepresidenta. Calviño es una economista de alto nivel de formación, y es bien sabido que el profesional es más afecto a la profesión que a su empresa; en este caso, al Gobierno. A Sánchez le viene bien-le es imprescindible, o de verdad es un suicida- tener a alguien así entre los 22 miembros del Gobierno, una mujer con menos perfil político que la andaluza Montero, y mucho mejor perfil técnico.

La ministra de Economía es titular del verdadero ministerio por venir tras la cuarta ola y las elecciones de Madrid y las que vengan como tinta de calamar que enturbia los problemas. Porque 36.500 millones son problema, y serio: por hacernos cargo, algo menos que todo el presupuesto de la Junta de Andalucía. Es ésa la cantidad que Calviño ha reconocido como desviación de los PGE de los mundos de yuppi que se aprobaron a finales de 2020. Un país sin ingresos exteriores, que asiste a la debacle de la pequeña empresa contribuyente y a una vergonzante tasa de desempleo, o sea, puro gasto y deuda públicos. Es un macabro secreto a voces que se han caído de los gastos las pensiones de cientos de miles de jubilados. Pero el verdadero problema sigue siendo las pensiones futuras. 36.500 millones de desviación no es una desviación: es un desastre. Como para no comprender la cara de Calviño. La de Díaz es otro cantar. (Mientras, Iglesias echa su palangre en Madrid, con carnaza en forma de fisio, salud mental y dentista gratuitos. Ayuso promete reducir a la mitad las listas de espera en la Sanidad pública. ¡Moc-moc!)

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