Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Funerales y estrellas

TODO esto es una marcianada, tanto lo de Cristiano Ronaldo como el entierro de Jackson. Es como si de pronto un platillo volante hubiera descendido hasta la tierra para reconocer entre nosotros toda una genética de foco y populismo, de histeria colectiva en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad. Así, estos dos hombres morenos, cada uno con matices, jóvenes y brillantes en lo suyo, han protagonizado, en distinto formato y dimensión, una algarabía estrafalaria convertida en revelación tribal, como si de pronto el individuo se hubiera ya ausentado de nosotros, como si sólo hubiera esa masa informe y desdentada con una cruz de guía sentimental y física como conducción televisada. Muy especialmente el funeral de Michael Jackson, es algo, en realidad, que ya ha ocurrido antes y que tiene su origen en la cultura popular del siglo veinte: ocurrió con el asesinato de John Lennon, con la muerte barbitúrica de Elvis y hasta con el saludo final de Frank Sinatra, que no se ha marchado nunca. También sucedió con Marilyn, como se sabe, y con James Dean, y mucho antes con Rodolfo Valentino. La verdad es que todos los citados me han interesado más que Michael Jackson, pero ninguno de los fallecimientos anteriores han tenido esta repercusión.

Son los nuevos medios los que orquestan todo lo que ocurre, y también el valor de lo que ocurre. Como en su maravilloso vídeo-clip Thriller, ahora Michael Jackson es un muerto viviente, pero al menos lo es después de muerto: porque otros lo son también en vida como quizá también él lo fue al final, y se sienten ahogados en una soledad palaciega y frustrante, desesperada y diva, paranoica y lastrada en el rencor de las conspiraciones rutilantes que recuerdan el fin de Howard Hughes o el último latido de Charles Foster Kane en Xanadu. Los homenajes pueden ser a veces funerales en vida, y se cobra la entrada y se financia como en el Staples Center de Los Angeles con esa verdad ancha de espectáculo, de circo o de teatro, aunque al menos en el caso de Michael Jackson la afluencia de gente hasta su féretro nace del cariño real de la gente.

Si hay algo que podemos colegir de todo este jolgorio de luces y sonido es que el dinero en plan pasta brutal, como el poder, no sólo no da la felicidad, sino que nos aleja de ella. Estos días, asistimos a cifras millonarias, de alguien que se ha ido y de otro alguien que ahora, en España, es un recién llegado. Dejando a un lado el genio posible del cantante, nos llaman estas cifras millonarias, como el ataúd de oro que ha recogido los restos ligerísimos de Jackson o el mausoleo de piedra y soledad que enterrará, en su ocaso, a muchos muertos vivientes.

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