Antes se comía menos, mucho menos. Claro que cuando llegaban estas fechas, se sabía que tocaba. Con toda seguridad, tenías Nochebuena y Navidad: la Nochebuena de plato fuerte y la Navidad, algo más relajada, que es solo almuerzo muy prolongado y puede ser que en algún sitio fuera. Pero el asunto es que las dos son estrictamente familiares. No es lo mismo que ahora, que llegas a la Nochebuena con un nivel de saturación importante.

Ahora tenemos la comida de empresa, o la cena, depende de cada cual. La comida de empresa tiene también la postcomida, que es básicamente tomar una copa por ahí. Entonces, la comida de empresa llega y supera la hora de la cena y no quiero pensar dónde termina la cena de empresa, si se junta con el desayuno de empresa o con el almuerzo del día siguiente. Además, están las diversas comidas de amigos varios: los que son amigos de toda la vida; los que, no tanto, pero ahí están opositando; la de antiguos alumnos de colegio, de instituto, de facultad; la de lo que sea, que no te acuerdas; y hasta la del grupo de guasap de la última tontería. En fin, no hay días. Ni hartura.

Todo va muy rápido. No se trata de que no haya que hacerlo, ni siquiera de que no se quiera hacer, solo que va demasiado rápido. Casi vienen las cosas porque sí, impuestas por la rapidez de los simples sucesos que muy pronto adquieren la condición, antes más compleja y cara, de acontecimientos. Si nos paramos a pensar un momento, quizás nos descubriésemos queriendo pasear, solo pasear, por entre las calles de la noche temprana de una ciudad iluminada, un rato a solas con nosotros mismos, haciendo un pequeño balance de lo que hemos sido, no tanto de lo que hemos hecho, que eso bien puede sufrir alteraciones muy externas. Celebramos las fechas porque vienen, no porque tengamos motivos verdaderos para hacerlo. Esto es una espiral festiva, como vendrá también una espiral depresiva, y ni una ni otra son voluntariamente decididas.

Puede parecer que ando un poco Grinch, pero es al contrario. Me encanta la Navidad, con sus bolas de colorines colgando de los árboles de pega y sus espumillones pegados a la suela de las zapatillas de estar en casa, me encanta. El tema es que hago un poco de balance y, aunque las cuentas salen en general, no me termina de cuadrar que se ponga más interés en el envoltorio que en el regalo. Lo importante de la Navidad no es hacer las cosas que vienen en el paquete, sino querer disfrutar las que hacemos. Eso, además de no atragantarse el polvorón, que nos toque el Gordo y seguir contándolo. ¡A pasarlo bien!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios